Autor: Álvaro Rojas Salazar

John Lobo, un hombre insólito

No voy a negar que sentí miedo y también una terrible curiosidad. Marqué en el libro de Benjamin la página por la que iba, apagué las luces y cerré la oficina. Bajé despacio las escaleras recordando el café sin azúcar. ¿Cómo sabía eso ese grandísimo hijueputa? 

Era feliz y leía a Faulkner

En días recientes se cumplieron sesenta años de la muerte de Faulkner y, también, por esos accidentes que tiene el destino esperándolo a uno a la vuelta de la esquina o en una carretera, tuve que ir a dormir dos noches a la casa de mi abuela. Ahí me recibió ella, igual de amorosa, igual de elegante, un poco más vieja.

Goodfellas

No vivíamos en el mismo barrio, tampoco nos encontramos en París o en Madrid, no íbamos al mismo colegio, ni siquiera estudiábamos la misma carrera universitaria. Eso sí, puntuales, a las nueve de la noche, íbamos llegando por los bares de la Calle de la Amargura, La Villa de Tilín, La Maga de los Dota o Las ventanas de aquel francés cuyo nombre se me ha olvidado; el punto de encuentro cualquier mesa, cervezas y conversaciones infinitas que espantaban la soledad y estimulaban el entendimiento. 

La libertad de Siberia

Tal vez esta sea la trampa de Dostoyevski, quien nos hace sentir compasión por un monstruo, a quien presenta como un hombre sensible que con humor y amor nos lleva de la mano a recorrer el infierno, la pestífera atmósfera de una cárcel inclemente, el tedio, los tiempos muertos, el frío glacial, el hospital, el resentimiento de clase experimentado entre los presidiarios pobres y los nobles, el odio empozado, las riñas a puñal, los castigos ejemplarizantes y salvajes.

Soldado fronterizo

Soy un hombre de hábitos fijos. Si un libro me gusta busco otros del mismo autor; con algunos novelistas y con dos o tres filósofos me pasó que agoté todo lo que ellos publicaron. Nunca había visto una película de Bergman, sabía de su nombre, claro, su fama.