Si alguien ha escrito unas memorias de forma magistral, ese ha sido el filósofo Claudio Gutiérrez. Su logro es tan eximio que me atrevo a colocarlo a la altura de las mejores exposiciones del género autobiográfico del que tengo conocimiento.

Si alguien ha escrito unas memorias de forma magistral, ese ha sido el filósofo Claudio Gutiérrez. Su logro es tan eximio que me atrevo a colocarlo a la altura de las mejores exposiciones del género autobiográfico del que tengo conocimiento.
La dirección de la investigación científica complementada con una rigurosa reflexión de su historia conceptual sugerida por Agre no es precisamente el enfoque mayoritariamente practicado. Su contribución científica es honda porque no pretendió llevar a cabo un análisis filosófico de la inteligencia artificial con tintes fenomenológicos, sino intervenir en la misma investigación cognitiva oponiéndose a una serie de presupuestos de raigambre filosófica que se daban por sentado.
Cabe pensar en triunfos pretendidos, en victorias que no son más que derrotas definitivas, donde la gesta en cuestión no se trataba, al fin y al cabo, del juego más decisivo. Por ello, la lentitud y el caminar nos instruyen, en tanto categorías sobre todo éticas, acerca de una forma de concebir la existencia que imponen el ritmo adecuado para trazarnos nuestra propia senda.
Hay amores intelectuales que no me parece indigno justificar, porque parte y parcela de pensar no es solo atacar aquello que repudiamos, sino también patentizar nuestras filiaciones.
El ascenso de las redes sociales como el topos par excellence de la opinión pública fue caracterizado por Umberto Eco como la invasión de los idiotas y de internet como el espacio donde es posible fiarse de cualquier historieta disparatada. Con todo, el idiotismo no es tan solo un asunto de los legos.
Defenderse sin haber sido previamente acusado es, de cierta forma, una confesión de culpa, sobre todo si el ejercicio de escritura semeja el acto de opinar.