Mi más reciente inmersión en el género del afrofuturismo estadounidense ha sido The Underground Railroad (2016) de Colson Whitehead. Mi primera fue Futureland (2001) de Walter Mosley. Fue gracias a uno de esos encuentros fortuitos que acaecen en aquellos eventos en una ciudad antigua donde se reúnen mínimo trescientas personas y todos tienen algo que decir sobre algo. Por dicha en esos días nadie dictó cátedra sobre Mosley, aunque sí sobre James Baldwin, su casa en la pradera francesa y sobre su biblioteca. Hasta vimos fotos de las notas que el autor hacía en los márgenes de los libros que leía en exilio. A pesar de este voyerismo en nombre de la ciencia humanística, tampoco fue por ahí donde descubrí Futureland. Mosley cayó en mis manos luego de leer Gather, Darkness!, cuya versión fue comprada en alguna librería de segunda en Grecia por el susodicho encuentro fortuito, quien me la envió por correo postal para el deleite de mi tiempo. Publicada en 1943, la novela de ciencia ficción de Fritz Leiber parecía no obstante sacada de nuestros tiempos actuales, tan afectados por el fanatismo neo-pentecostal. La novela despliega un mundo regido por tecno-sacerdotes que escenificaban un performance religioso del Gran Dios con ayuda de la tecnología de la época. En este mundo que sobrevivió un holocausto atómico se escenifica la fuerza revolucionaria erigida ante los líderes totalitarios que controlan a la población a través de la superstición, el miedo, la religión. En pocas palabras, Gather, Darkness! se proyecta hacia el futuro pero tomando el pasado, a saber, el oscurantismo medieval, como punto de referencia para imaginar la sociedad post-apocalíptica.
También Futureland juega con la representación futurística de la sociedad humana utilizando el pasado como punto de referencia. Una serie de nueve cuentos independientes componen el libro con sutil manera intertextual, cuyo relato inicial es capaz de transportar el lector a las tierras abiertas y áridas del sur estadounidense, casi sacadas de un catálogo del pasado nacional esclavista de los EEUU si no fuera porque tanto éste como el resto de los cuentos que le siguen están situados en una era distópica post-cyberpunk. Leer este libro por la noche me provocaba gratas pesadillas a manera de la serie Black Mirror, por lo que terminé optando por otras horas de lectura. Lo que me llamaba la atención de esta ingeniosa manera de darle vida a un futuro distópico marcado por la tecnología era, en efecto, que el mundo social donde se escenificaban las historias futurísticas no era muy distinto en sus interacciones sistemáticas al nuestro actual. Como Black Mirror, Futureland también es capaz de suscitar un sentimiento de angustia en sus lectores a causa de una extraña sensación de familiaridad dada su cercanía verosímil con el ahora, o lo que es lo mismo, con el futuro perentorio. No por nada su subtítulo advierte sobre la naturaleza del contenido: Nine Stories of an Imminent World. Un mundo inminente desdibujado en el 2001 acerca de un futuro lo suficientemente cercano que con el tiempo se ha convertido en nuestro presente pandémico: 2020-2040.
Ese primer relato de la antología permanece aún ahora en mis recuerdos por esa manera tan inofensiva y más bien solemne de desplegar una historia de terror. La intranquilidad se hace palpable en el momento en que el retrato del paisaje idílico del sur se fusiona con el contexto futurista de Futureland al sobreponer dimensiones temporales lineales en un mismo y único instante, haciendo del tiempo una maniobra retórica. Recuerdo vagamente los detalles, ya que lo que ha permanecido con el desvanecer de mis conexiones neuróticas fue más bien esa sensación de intensificación gradual y penetrante del susto. (Efecto muy similar al recreado por el capítulo de Black Mirror intitulado Crocodile.) En ese primer relato de Mosley sobre “Susurros en la Noche”, un hombre negro es traído a casa en una camilla. No puede caminar, no tiene ojos. Ha entregado partes de su cuerpo a hombres ricos incapacitados o ambiciosos de ojos azules para poder proveer la mejor educación a Ptolemy Bent, su sobrino. El nombre, el cual recuerda a Ptolomeo de Alexandria, no es gratuito, dado que es el niño más inteligente del mundo. Dadas las descripciones del lugar, del aire, de los acentos, uno siente que está realmente en un momento del pasado estadounidense recientemente emancipado. Hasta que, cuando el tío es traído en camilla, el lector cae en cuenta de que el niño se encuentra en el piso de arriba escaneando la conciencia digital que capitanea Futureland. El cuento se revela así distópico al poner en evidencia cómo los problemas heredados del racismo estructural de las plantaciones esclavistas del sur norteamericano se han potencializado de manera tecnológicamente exponencial en el mañana. Permaneciendo sin embargo los mismos.
También la novela The Underground Railroad aborda el tema de la opresión racial de los EEUU de manera histórica para así situar los orígenes del racismo contemporáneo que ha atentado contra muchos otros como George Floyd en una realidad que se extiende desde los tiempos de la esclavitud. Whitehead cuenta la historia de Cora, una joven mujer negra nacida y crecida en la plantación de algodón de los hermanos Randall en la provincia sureña de Georgia a mediados del siglo dieciocho. Como su madre Mabel antes que ella, Cora también decide un día escapar de la prisión de algodón y huir hacia el norte. Hacia aquellos estados donde se respetaba y se abogaba por el derecho a la vida libre y al trato con dignidad sin importar el color de piel. Tal y como el episodio que Toni Morrison rescata de los archivos históricos para inaugurar Beloved (1987) – un evento por lo demás real al cual se refirieron los abolicionistas empedernidos de la época para interceder legalmente por la libertad de los afrodescendientes – … para aquellos esclavos valientes como Cora que huían hacia Nueva York, Boston o incluso Canadá era preferible, en el peor de los casos, matar a los propios infantes neonatos antes que entregarlos de nuevo a los esclavistas del sur confederado. Mabel, sin embargo, no lleva a su hija consigo, sino que huye sola, abandonando a la niña en el silencio de su ausencia. Cora se apropia de su vida al echar a correr junto a Caesar.
Como Mosley, Whitehead también despliega un manejo magnífico del tiempo no-cronológico para elaborar una trama que se escape del tiempo homogéneo y vacío de la historia universal occidental, omiso de las luchas humanas y de las contraculturas de la modernidad eurocéntrica. Sin embargo, de manera inversa a Mosley, Whitehead imagina un pasado más bien marcado por el futuro. Cora huye del sur hacia el norte pasando por South y North Carolina antes de que Ridgeway su cazador la encuentre por primera vez y la desvíe hacia Tennessee. Antes y después de este momento, Cora utiliza no sólo sus pies, piernas, y la totalidad de su cuerpo y mente durante su exilio interminable, sino también – como el título lo indica – el underground railroad. Para quien no está familiarizado con la historia de la esclavitud en el Norte un pequeño gran detalle puede pasarle desapercibido a primera vista. El “ferrocarril subterráneo”, mencionado sin rodeos necesarios en el título, es justamente el elemento crucial que le otorga el carácter afrofuturista a la novela.
El nombre es en sí un eufemismo. Emergió de una leyenda urbana sobre un esclavo en fuga que desapareció sin rastro al cruzar un río mientras lo perseguía un cazador de esclavos, el cual al no dar con su cuerpo en huida pronunció que aquel tuvo que haber tomado el underground railroad. En realidad este “tren subterráneo” – metáfora de libertad y emancipación en la memoria histórica tanto literaria como musical de Black America – correspondía más bien a la red de apoyo translocal y -nacional que ayudaba a los esclavos alcanzar físicamente su libertad. Ya sea dándoles posada en sus sótanos o áticos, transportándolos escondidos bajo toldos y entre mercancías sobre sus carretas, u otorgándoles documentos falsos para poder desplazarse. El underground railroad u U.G.R.R. no correspondía en absoluto a lo que hoy llamaríamos metro o subte – inexistente en tiempos previos o contemporáneos a la Proclamación de Emancipación por Abraham Lincoln. Se trataba más bien de personas blancas y negras que ponían sus propias vidas en riesgo en nombre de la liberté, egalité y fraternité de sus coterráneos en cautiverio. Valores por lo demás heredados de la revolución francesa, encarnados no obstante en su humanidad más transparente por los revolucionarios de Haití. Los esclavos afroestadounidenses huían asimismo con un vívido propósito subversivo, lo cual es condensado en la narrativa de Cora.
Este tren subterráneo aparece en efecto substraído del futuro como un caballo de hierro a vapor, construido y conducido bajo tierra y sobre líneas férreas por aquellos mismos afrodescendientes. O dicho mejor en palabras del escritor afropanameño Cubena, por los afro-exiliados. Con cada anuncio que se comunicaba por el altavoz acerca del atraso de los trenes de la Deutsche Bahn – realidad inesperada dada la puntualidad alemana, mas irónicamente cierta en que también convertía mi viaje en uno de no-arribo – con cada uno de esos anuncios, se alineaba el silbido del U.G.R.R. con las historias de in/movilidad que Cora sobrellevaba. El tren cortaba así la trama narrativa constantemente, marcando el tempo de la narración en fuga mientras que desplegaba un mundo social marcado por la desigualdad y la explotación, así como por el cautiverio y el racismo.
Si bien en Costa Rica no se escribe sobre un tren como el U.G.R.R., su presencia en la literatura y poesía afrocostarricenses también se compone a partir de una memoria histórica (individual y colectiva) relacionada asimismo con historias de orígenes, partidas y arribos por una parte, y con las experiencias de racismo y desigualdad como consecuencia de las primeras por otra. En Shirley Campbell el tren es pintado de color luto porque trae recuerdos de partidas diaspóricas, sueños frustrados y dolores a causa de ambos. Mientras que Eulalia Bernard alude líricamente al abandono socioeconómico de la provincia de Limón una vez que la región y su gente ya no resultaban fundamentales para el desarrollo de la economía moderna costarricense. Su poema “El conductor invisible” (2001) es capaz de traer a colación la construcción del ferrocarril al Atlántico como el evento que modernizó a la joven Costa Rica gracias a la fuerza proletaria y migrante del Caribe insular, invisibilizada en la historia nacional y olvidada una vez que la United Fruit Company se relocalizó al Pacífico. Por otra parte, a diferencia de Bernard mas similar a The Underground Railroad, el tren que viaja de San José a Estrada en Los cuatro espejos (1973) de Quince Duncan también se compone como metáfora de libertad y liberación. No de la esclavitud, sino de la crisis existencial que agobia al protagonista en tanto Afro Costarricense.
La trama de la novela arranca cuando, luego de atender una conferencia sobre minorías en el Teatro Nacional, el limonense Charles McForbes se despierta al día siguiente y al mirarse al espejo, no ve su rostro. Luego, al verse una tercera vez, su rostro ha ennegrecido. La heterotopía del espejo le refleja una ontología desdoblada a partir de un racismo interiorizado, la cual se apodera de su cordura. Charles, afrocostarricense de tez clara y de ascendencia caribeña, no se reconoce negro, pues habiéndose educado en el sistema educativo costarricense se imagina blanco-mestizo. Dicho blanqueamiento psíquico le ha sido necesario a Charles para existir en la sociedad josefina y para su propia movilidad social dentro de ella. El espejo lo confronta este día y a partir de este momento, el protagonista deambula en una especie de Odisea urbana buscando su cordura, o lo que es lo mismo, su identidad. Charles se desintegra agresivamente a causa de su crisis identitaria, por lo que termina regresando por necesidad a su pueblo de origen para curar el complejo psico-existencial que lo ha llevado al borde de la locura. No cabe duda de que Los cuatros espejos de Duncan corresponde a una narrativización ejemplar del poder catastrófico que tiene el pensamiento etnoracial en los afroexiliados de las Américas, poniendo a Costa Rica como muestra paradigmática de las acotaciones de Du Bois y Fanon.
Si bien la novela de Duncan no se acerca al pasado desde el futuro ni se proyecta hacia el futuro desde el pasado como en el género sci-fi o afrofuturista norteamericano, el manejo del tiempo por Duncan es similar a las demás novelas por su forma no-cronológica de narrar la historia. Representa en efecto el elemento más grato a la lectura, dentro de la cual el lector tiene que ir reconstruyendo la historia de vida de Charles activamente, siguiéndole el hilo a las varias personas que se cruzan, entrelazan, y construyen la trama entre San José y Estrada. A través de esta estrategia, el autor lleva a cabo, así como los autores del Norte, una crítica al racismo fundacional de la sociedad costarricense. Duncan utiliza a Charles Forbes para visibilizar la crisis psicológica que surge como consecuencia de haber crecido y ser educado en un país cuya cartografía poblacional fue ideológicamente blanqueada, mas siendo él mismo Afro. Lo poetiza asimismo Shirley Campbell: Betty, Mishell o ella, hubieran dado cualquier cosa por tener un cuento en dónde ellas fuesen las protagonistas (Rotundamente negra 2006). La consciencia dual afro/costarricense le ha así procurado a Charles una máscara blanca a su piel negra.
Charles, desesperado en su deambular, se monta en el tren hacia Estrada intentando solucionar su negritud ‘espontánea’. El tren se convierte aquí la tecnología adecuada que permite tanto al lector como al narrador diegético poder viajar al pasado para solucionar el presente y curar el futuro. La locomotora en la que va montado Charles lo transporta no sólo del interior hacia la provincia caribeña físicamente, sino que se convierte simultáneamente un ese lugar sin un lugar que lo traslada a aquellos recuerdos de arraigo y desarraigo que su memoria ha reprimido y que el espejo le ha hecho re-conocer. Con cada pitazo de la locomotora Charles tiene un episodio de remembranza y esos espacios móviles del ayer – el viaje en tren al hospital capitalino, Lorena, su muerte – daban sentido, a su vez, al desdoblamiento psíquico a causa del abandono de Limón y su asentamiento en San José posteriormente. Estos recuerdos a su vez son rastreados y reconstruidos con otros relatos de partidas y arribos colectivos que anteceden a Charles, mas lo definen – esta vez entre el Caribe insular y el centroamericano. Son trazados hasta la historia de su exitoso abuelo jamaicano Papá Saltimán, quien exhortaba a su descendencia a negar su negritud y a era evitar casarse con negras porque “hay que ir blanqueando”. A su padre Peter, caído en la pobreza en Limón una vez muerto Saltimán pero quien sacrificaba su cuerpo trabajando en lo que fuera para que, como el tío de Ptolemy, su hijo fuese al colegio en la capital, dominara el idioma nacional y tuviera un mejor futuro. Todos estos recuerdos, superpuestos, explican la psicología detrás de la pérdida de identidad de Charles.
Si el U.G.R.R. sostiene la fuga de Cora hacia su libertad, el sistema ferroviario sostiene asimismo la catarsis de Charles en tanto medio de liberación. Procura el lugar in/móvil para que éste asuma su pasado. Su historia de rutas y raíces. Su negritud, liberándolo de su cautiverio psíquico tal y como el U.G.R.R. ayuda a Cora a liberarse de su cautiverio existencial. Si bien el afrofuturismo de Whitehead utiliza una tecnología extraída del porvenir para indagar el enlace entre el pasado esclavista y el presente racializado estadounidense, el tiempo y el tren en Duncan son fusionados también como una estrategia narratológica para aludir no obstante a las generaciones costarricenses de origen caribeño que fueron asimiladas a la dolorosa cintura de Latinoamérica durante el siglo veinte. La representación del tren en Los cuatro espejos retiene por lo tanto un sentido histórico, pues fusiona relatos de lo nacional y lo diaspórico sobre sus vías férreas. Además, neutraliza, suspende e invierte los límites temporales tal como en The Underground Railroad y en ambos casos pone al descubierto cómo las tramas de estos mundos literarios recrean el pasado del continente americano a través de imaginaciones históricas móviles. A pesar de sus diferencias de contenido, estos ferropaisajes literarios se entrelazan los unos con los otros a través de los relatos de desigualdad, racismo y cautiverio. De manera tal que el tren marca una intertextualidad férrea, al mismo tiempo que permite viajar por los códigos transhistóricos de las Américas.