Decís que tendemos a olvidar que las palabras son sonidos, que son gestos habitantes de los cuerpos. Es que no aparecen en las manos -replico- sino en las cajas de las cosas, en las latas, en los rótulos que les hacemos; por eso las convocamos al habla como dadas, sin traerlas de algún sitio, sin averiguarlas. Pero vos -pontyano- pones cara de ‘’¿no aparecen en las manos?’’
No es la cara lo que se te pone: son, de hecho, las palabras. La significación gestual o existencial inmanente de la palabra, dice Ponty, no es exterior ni previa ni es contenida en la palabra misma, que a su vez no le sirve de velo, ni es estuche: pensamiento-palabra. Es decir, un gesto, un asunto corporal donde tu significación de ser-en-el-mundo queda plasmada, pero a merced del tiempo, dando cuenta de lo tuyo, pero también de lo mío porque me lo has contado. Ahora, hay mundo.
Ahora que me gano la vida leyendo en voz alta las palabras de un guion, tengo que lidiar constantemente con mi sonido: nivelar, bajar las frecuencias del siseo específico -porque una aprende que el filtro de-esser no es prolijo-, luego un compresor que no me rompa mucho la cabeza y el toque final del reverb. De los señores que me enseñaron a editar audio no aprendí técnicas, ‘’hay que saber darle cuerpo a las voces’’ decía Leo León, y eso no se resuelve con un EQ de medios en 30 bandas: hay un toque. Cada voz es bastante específica, también lo es la superficie que la refleja y el aparato que la codifica. Las palabras cambian tanto de una voz a otra, que los torpes cánones de locución periodística fijaron tonos y cadencias para opacar el efecto.
A locutar me enseñaste vos. Mirá lo que es la ruta de mi psique: para hablar de las palabras te escribo una carta. Aunque yo a vos no te escribo cartas, te lamo bien la verga porque de por sí una felación es un poema. Bueno, yo a vos ya no te escribo cartas y eso que mis escritos menos malos tenían ese toque. ¿Qué toque? Voy a decir cosas muy raras, advierto, pero acordate de lo que ya te he dicho al respecto: no es personal.
El toque no es la mera huella mnémica de mi amor, ‘’el orador no piensa antes de hablar, ni siquiera mientras habla; su discurso es su pensamiento’’[1]. Apelo a Barthes, pues ‘’aquello de donde quiero conocer (el amor), es la materia misma que uso para hablar (el discurso amoroso).’’[2] Mi discurso es el de una corredora innata y perdedora a priori. Mi discurso son los fragmentos del amor-palabra cargada de ganas de significar mi deseo en el tuyo, dejándome a merced de la aporía interpretativa más intratable. Nada puedo poner en manos de una intérprete: ¿cómo se traduce te-amo? Esa holofrase que no transmite sentido, no tiene reservas, esa metáfora de nada.[3]
Sin embargo, la frase sería capaz de afinarnos al unísono, pues su instancia sería más bien la música. Esto lo anota Barthes cuando se pregunta ‘’¿a qué orden lingüístico le pertenece esta fórmula?’’ A te-amo no le compete una instancia lingüística ni semiótica pues no es ni siquiera un enunciado. Es una suerte de canto, dice Barthes, profiere el deseo sin reprimirlo, sin enunciarlo, sino simplemente: gozado.
Pero el goce que me depara nuestro encuentro no se canta explícitamente. No decimos te-amo, no podría ni imaginármelo. ¿Para qué? Pienso que hay algo peculiarmente exquisito en el amor que no está sometido al marco de una relación vincular. Evidentemente nos vinculamos, pero no nos comprendemos como un vínculo, no interpretamos una relación. La comprensión se abre tanto, tanto. Sin acuerdos explícitos, la comprensión se vive cada vez.
¿Acaso hay comprensión más viva in actu, que la de dos cuerpos gozándose en el placer de llenarse uno al otro para vaciarse cada vez?, ¿acaso no es evidente aquí el absurdo de tener que reafirmar la máxima gadameriana: la comprensión no se consuma en la exégesis explícita?, ¿acaso hay logos más dialéctico que el de los nombres gemidos? Te digo que este placer del texto no aguanta método, que te leo sin decodificarte, como ‘’engendrando una multitud de hermosos y magníficos discursos.’’
Justamente, en El Banquete Platón atribuye al amor un germen universal. Esto lo rescata Alain Badiou al proponer que el componente universal del amor radica en la creación constante de una verdad sobre lo que es ser dos -y no uno- en cada experiencia amorosa, el amor se concibe como un existir en el mundo desde la diferencia, descolocándose del interés propio.[4] Pero ‘’el amante ama la cualidad misma de la diferencia’’[5] replica Lévinas; pues la realización del amor pleno no alcanza consumación. Badiou confunde el amor (el discurso amoroso) con el vínculo entre dos, olvida que el amor no es la relación que dos se deparan, es la palabra de una extrema soledad en todas, todos. Gracias Barthes.
Quizás sí deseamos confundir el amor con el vínculo, quizás porque nos imaginarnos diluyendo la diferencia, al fin. Pero la alteridad no es superada en el amor, es del todo insuperable. Tu modo de encontrar el mundo y gesticular la experiencia, la metáfora de tu otredad es lo que inspira mi contemplación. Es en la contradicción radical de encontrarme frente a tus palabras y no poder alcanzarte, ‘’es precisamente ahí donde no estás: el comienzo de la escritura’’[6], ahí, el amor-palabra. Cuando el goce acaba despliego palabras, escribo y hago aparecer mi amor por vos cuando estás a mi lado y sin embargo no te encuentro. Canto ahora, conmocionada ante la angustia de no saber interpretarte.
Supongo que ahora me despido de vos con este gesto tan torpe de decírtelo, pero me interrumpen mis manos. Hacen ruidos muy ciertos, no sé cómo apagarlas. Les pido que se esperen, pero no entienden mis palabras, se agitan en tus bordes y vos te percatas: las preguntas de mis manos no te hablan.
A modo de B-side:
La confusión de Badiou representa un problema mayúsculo para la ética amatoria que pretende vivir el amor sin sentir dolor alguno. Incluso cuando Badiou reconoce que ‘’no hay nada especialmente ético en el amor como tal’’, persiste la falacia: el objeto de la ética sigue siendo el amor (la palabra) y no el comportamiento ‘amoroso’.
El amor-palabra, que es gesto corpóreo, dispone nominalmente los comportamientos de las personas implicadas en la relación que se comprende ‘amorosa’. Pero la disputa ocurre hasta que estos discursos intentan comunicarse. El vínculo -si es algo- es eso: la disputa que damos las personas mediante los discursos. Por eso el potencial político del vínculo. Por eso la ética del vínculo, no del amor.
¿Cuál es el problema de decir ‘si duele no es amor’? Hacer pasar el amor por el vínculo. De esta interpretación se desprende un tratamiento ético destinado al fracaso de chocar contra la condición incomprensible de la palabra. En un intento por eludirlo, suele enarbolarse el estandarte de la comunicación ‘completamente transparente’, que opera de este modo: decirlo todo es capaz de salvarlo todo. Pero esto propicia más bien un control tan posesivo como imposible sobre la verdad de la otra persona. La operación pretende evitar a toda costa lo que acaba propiciando: que se exprese de lo intratable, o peor: la manifestación de la angustia, la ausencia constitutiva. ¿Acaso esta versión del amor es menos torpe o más salubre que la del ‘’amor romántico’’ que se pretende destruir?
Como feminista no ignoro las intenciones políticas de estas consignas, el asunto me concierne justamente por eso. Aunque no adscribo a la lógica de Arendt[7], tampoco la revoco, más bien reformulo: ¿es posible comprender el vínculo ‘amoroso’ como una fuerza política?, ¿cómo? Respecto al amor, si ya es un discurso fragmentado, ¿es posible resignificar sus fragmentos?
La discusión sobre las éticas amatorias es también el reflejo de una duda silenciosa que anida al interior del movimiento feminista y que -sospecho- no dimensionamos: ¿Feminismo para para ‘vivir sin violencia’ o para derrocar la violencia patriarcal? Spoiler: las opciones se excluyen mutuamente.
[1] Maurice Merleau-Ponty, Fenomenología de la percepción, (Buenos Aires: Editorial Planeta Argentina, 1993), 197.
[2] Roland Barthes, Fragmentos de un discurso amoroso, 2ed. 6ta reimpr. (Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2016), 76.
[3]Jaques Lacan, Sobre la situación límite y la holofase: Le seminaire I (Francia: Seuil, 1973), 250.
[4]Alain Badiou, Elogio del amor (España: Paidos, 2011)
[5] Levinas en Alain Badiou, Elogio del amor (España: Paidos, 2011)
[6] Roland Barthes, Fragmentos de un discurso amoroso, 2ed. 6ta reimpr. (Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2016), 135.
[7] ‘’El amor es una fuerza antipolítica’’ en Hannah Arendt, La condición humana, (Paidós, Barcelona, 2012), 261.