Consideraciones tácticas y estratégicas acerca de la guerra ruso-ucraniana
En los últimos días varias personas, conscientes de mi interés por la historia militar, me han preguntado cuáles podrían ser las razones por las que el avance ruso a través de Ucrania -que en su inmensa mayoría la opinión pública esperaba que fuera rápido y estuviera libre de incidentes- esté dando la impresión de ser un auténtico vía crucis. He intentado responder tan bien como está a mi alcance hacerlo; tarea que ha constituido todo un desafío por la dificultad para encontrar información confiable y veraz, entre los miles de artículos, testimonios, videos y demás fuentes de información que aparecen a diario en Internet y los medios de prensa. Por dicha razón considero justo advertir que mi respuesta a este pregunta está determinada por la necesidad de recurrir a fuentes no del todo fiables; por lo que he tenido que hacer un serio esfuerzo para diferenciar la información veraz de lo que me ha parecido mera propaganda. Asimismo, debido a la prohibición de los medios de prensa rusos en las redes sociales y los canales de información occidentales, he tenido que prescindir de la versión del ejército agresor en esta guerra. Hecha la advertencia, paso sin más demora al asunto de este artículo.
Tal como acabo de mencionar, desde los primeros días de la invasión una de las cosas que más sorprendió a la opinión pública en Occidente fue la lentitud y dificultad del avance ruso. Para la inmensa mayoría de los espectadores, es decir, para cientos de millones de personas que una semana antes del inicio del conflicto no eran capaces de localizar Kiev o Járkov en un mapa, y especialmente para muchos que, durante la Guerra Fría, crecimos intimidados por la “amenaza comunista”, la aparente disparidad de fuerzas convertía en un suicidio cualquier intento de Ucrania por defenderse de la agresión rusa. Sin embargo, tras de hostilidades, salvo para los más recalcitrantes defensores de Putin, ha quedado muy claro que esta “operación especial” no marchado de acuerdo con la agenda que, presumiblemente, habían dispuesto para ella el Kremlin y el alto mando de las fuerzas armadas. Creo que las causas del lento y costoso avance ruso pueden explicarse recurriendo a motivos de diversa responsabilidad: los primeros se relacionan con las equivocaciones rusas y los segundos con los méritos ucranianos; y es en este orden que voy a presentarlos.
1. ¿Lanzó Putin su invasión un mes antes de lo debido?
La raspútitsa es un término ruso con el que están bien familiarizados todos los estudiosos de la guerra en el frente oriental entre la Alemania nazi y la Unión Soviética. Básicamente, lo que sucede es que, al coincidir el deshielo de primavera con las primeras lluvias otoñales, es tal la filtración de agua hacia el suelo que se forman auténticos océanos de barro que abarcan extensiones de hasta miles de kilómetros. Este fenómeno es bastante común en Bielorrusia, el oeste de Rusia y Ucrania y fue, aún más que la férrea resistencia del Ejército Rojo, uno de los factores que ralentizó el avance de la Wehrmacht durante los días de la operación Barbarroja. El término se puede traducir literalmente como “la estación de fango” y denomina tanto este período como el estado de los caminos y terrenos afectados por dicho fenómeno; el cual torna inservible toda ruta no pavimentada. Esto tiene serias consecuencias tácticas y estratégicas: en el primer caso, significa que todo avance debe limitarse a las carreteras y autopistas existentes, de modo que las unidades mecanizadas tienen que desplazarse en columnas, en lugar de en cuñas y abanicos, con lo cual quedan más expuestas a emboscadas y ataques aéreos enemigos; en lo estratégico, un avance de este tipo implica una mayor necesidad de asegurar las rutas de abastecimiento, así como un eventual retraso en la marcha de las tropas y, consecuentemente, un incremento del tiempo requerido para alcanzar los objetivos de la operación en curso. Por ejemplo, de no haber sido por la raspútitsa, es casi seguro que el ejército alemán habría llegado a Moscú antes del invierno.
En lo concerniente a lo que sucede en Ucrania, los efectos de la raspútitsa se han manifestado en la gran cantidad de vehículos (especialmente camiones) que a diario vemos atascados en el barro, así como los frecuentes ataques de que son objeto las columnas rusas y lo lento de su progreso, a causa de los embotellamientos y la urgencia por incrementar las medidas de seguridad. ¿Significa esto que a Putin le habría valido más esperar un mes antes de lanzar su invasión? No puedo responder a esta pregunta sin saber qué otras consideraciones hubo de tomar en cuenta el estado mayor ruso al definir la fecha del ataque; pero si nos basamos solo el factor climático (que es, junto a la geografía, una de las variables más determinantes de toda acción militar) y sus consecuencias sobre el terreno, la respuesta es afirmativa: debieron aguardar a que pasara la raspútitsa, en especial a la vista del precio que las fuerzas terrestres rusas han tenido que pagar por limitar su avance a caminos, en lugar de hacerlo a espacio abierto (asunto al que pronto me referiré con más detalle).
2. Falta de preparación y desmotivación de las fuerzas armadas rusas
Para un subproducto de la Guerra Fría como lo fuimos todos los que, en algún momento, temimos la detonación de un arma nuclear rusa sobre nuestras ciudades (temor que en Rusia y Europa central inspiraban las ojivas nucleares de la OTAN), el ejército ruso proyectó siempre una imagen de fuerza, poderío y eficiencia que por sí sola sirvió como sostén de una paranoia que se tradujo en películas, novelas y cómics, casi siempre de muy pobre calidad, en que los ejércitos del Pacto de Varsovia se abalanzaban sobre una casi indefensa Europa, para después, por medio de sus bases en Cuba y Nicaragua, emprender la conquista de todo el continente americano. Si bien esto hoy suena a desvarío, en la década de 1980 fue un temor palpable y extendido, que ni siquiera el fracaso soviético en Afganistán consiguió mitigar. Con la caída del régimen comunista y la desintegración de la URSS, las fuerzas armadas soviéticas se dividieron entre Rusia y lo que pasó a manos de las fuerzas de defensa de los otros catorce estados que surgieron tras la perestroika. Lo que siguió en poder ruso cayó en un período de decadencia cuyo corolario fue su desastrosa campaña en Chechenia; guerra durante la que el desempeño del nuevo ejército ruso dejó en evidencia las consecuencias de casi una década de abandono. Con el ascenso de Putin al poder, y su manifiesta intención de devolver a Rusia la “grandeza” de que disfrutara en tiempos del zarismo, la inversión en defensa se incrementó superlativamente; de modo que en Occidente y el Medio Oriente caucásico revivió el temor al rodillo aplanador que, después de Stalingrado, ha sido por ochenta años la imagen con que más se asocia a las fuerzas armadas rusas.
Sin embargo, entre las cosas que la actual aventura de Putin en Ucrania ha dejado más claras, la de mayor importancia probablemente sea la enorme desproporción entre el tamaño de dicha fuerza y el presupuesto para su sostenimiento. Desde la llegada de Putin, Rusia ha derrochado muchísimo dinero en armas cuyo principal valor es, a lo sumo, propagandístico: cañones láser en el espacio, misiles que vuelan a veinte veces la velocidad del sonido, tanques invulnerables a toda arma conocida y cazas de combate que, aparte de invisibles al radar, son capaces de maniobrar como los biplanos de un circo aéreo. Todo esto podrá sonar muy en las páginas de las alarmistas revistas militares de Occidente, pero lo cierto es que del nuevo del Sukhoi 35 apenas hay una docena en servicio, mientras que del todopoderoso tanque Armata como mucho se han fabricado cien unidades (suma que, al ritmo de los combates en Ucrania, quedaría inutilizable en una semana). El Kuznetsov es sin duda el portaaviones mejor armado del mundo, pero aparte de que es muy dudoso que volvamos a verlo en servicio porque la marina rusa no posee los fondos suficientes para su reparación y modernización, apenas aloja un ala embarcada de diecisiete jets y veinticuatro helicópteros; cifra casi insignificante si la comparamos con las noventa aeronaves que transporta cada uno de los once portaaviones clase Nimitz y Gerald R. Ford que son el orgullo de la marina estadounidense.
Aun así, aquí el problema no es que la industria rusa fabrique armas más destinadas a los titulares de los periódicos que a los campos de batalla, sino que jóvenes de diecinueve y veinte años, con un entrenamiento deficiente y una motivación cuestionable, tengan que marchar a la guerra en vehículos cuyas llantas se estallan luego de unos cientos de kilómetros, porque alguien se quiso ahorrar millones de rublos comprando llantas militares chinas que no pasan de ser una pobre imitación de las Michelin utilizadas por el ejército francés. No hace falta ser un Pitágoras para sospechar que le habrían dado mucho mejor uso a ese dinero invirtiéndolo en entrenamiento, modernización y mantenimiento del equipo que ya tenían. Equipo que en docenas de videos hemos visto abandonado por desperfectos en orugas y motores o destruido por defectos en su blindaje reactivo. En estas semanas ha corrido el rumor de que billones de rublos destinados a la supuesta (y muy alardeada) modernización del ejército ruso acabaron en manos de generales corruptos. Si bien esta es una hipótesis que no me atrevo a suscribir, pues desconozco hasta dónde un general ruso tiene libertad para disponer del presupuesto con que cuenta, tampoco puedo descartarla. Independientemente de ello, creo que en buena medida la escasa moral de gran parte de las tropas rusas tiene que ver con el hecho de verse conduciendo tanques que entraron en servicio hace cuarenta y cinco años y que llevaban más de veinte guardados en una bodega más allá de los Urales. Sumemos a esto que para muchos de ellos las causas de esta guerra son mucho menos obvias de lo que podían serlo para un soldado estadounidense que vio desmoronarse las Torres Gemelas. Agreguemos ahora que, si bien existe una larga lista de agresiones por parte de Rusia contra Ucrania a lo largo de su extensa y violenta historia, antes de 2014 eran pocas las personas en Ucrania y el oeste de Rusia que no tuvieran conocidos, colegas, parejas o amigos en el país vecino. Consideremos ahora la impresionante resistencia que han ofrecido el ejército y el pueblo ucranianos (tema a que también me referiré más adelante). A la vista de todo lo anterior, no debería extrañarnos que muchos soldados rusos no parezcan estar lo suficiente motivados a hacerse matar en una guerra que quizá no tenga demasiado sentido para una buena cantidad de ellos.
Se estima que una cuarta parte de las tropas presentes en Ucrania son reclutas con menos de dos años de servicio. Esta situación refleja a la perfección otro aspecto problemático de la composición de las fuerzas terrestres rusas: menos de la mitad de sus efectivos son soldados profesionales. Si a esto le sumamos que el servicio militar en Rusia dura solo un año (tiempo por completo insuficiente para especializar a alguien en la complejidad de la guerra moderna), empezamos a comprender por qué hemos observado errores tan graves como soldados que, a mitad de un bombardeo, en lugar de dispersarse se reúnen en un mismo punto, con lo cual se convierten en un perfecto blanco para la artillería enemiga. Sin embargo, el problema es más grave que el de recibir un entrenamiento insuficiente. Si bien las comparaciones son odiosas, recurriré a una para evidenciar mejor mi punto: mientras que un sargento de la OTAN sirve en promedio entre quince y veinte años (luego de lo cual muchos pasan a la reserva, es decir, que siguen disponibles en caso de guerra), en el ejército ruso los sargentos prestan servicio durante solo cuatro años. Esto es especialmente grave porque los sargentos son los principales encargados de entrenar a las tropas; de manera que lo está ocurriendo es que cada generación de sargentos permanece en activo solo el tiempo necesario para entrenar a la generación que habrá de sucederla. La razón de esto es económica: la ausencia de los fondos necesarios para pagar salarios competitivos llevó al fracaso el proyecto del alto mando ruso de contar con un núcleo considerable de tropas profesionales, experimentadas y bien entrenadas. Concluyo con otra elocuente comparación: En la fuerza aérea estadounidense, cada piloto se compromete a servir por un periodo de diez años que no incluye el entrenamiento básico ni su formación como piloto. En Rusia este lapso se reduce a solo cuatro años.
3. Pésima organización logística de las fuerzas terrestres rusas
El general Pershing, comandante en jefe del ejército estadounidense en Francia durante la Primera Guerra Mundial, señaló en una ocasión que “La infantería gana batallas, la logística gana guerras”. Desde hace algún tiempo este término se ha puesto en boga para aludir a casi cualquier actividad que requiera cierto grado de planificación, como pueden serlo cosas tan disímiles como irse de viaje, comenzar una carrera o salir a pasear con los hijos. A pesar del uso excesivo que se ha dado a esta palabra, la logística militar no es en lo fundamental una tarea tan ajena a nuestras vidas como podríamos imaginar, puesto que consiste en planificar y ejecutar la movilización, transporte, mantenimiento y suministro de una fuerza militar en campaña. (En griego, “logistikos” significa que sabe calcular; lo cual nos da una idea bastante clara de las tareas de los especialistas en este campo.) En resumen, la logística debe aportar la solución al problema de entregar a cada unidad, en la línea del frente o detrás de ella, de los medicamentos, municiones, combustible y refacciones para cubrir sus necesidades específicas, así como todo lo requerido para el sostén de los servicios médicos. En vista de lo anterior, no será difícil comprender la importancia de una buena organización logística; y no es excesivo afirmar que el ejército ruso en Ucrania no cuenta con ella.
Por más que impresionen las imágenes del enorme convoy, de sesenta y cuatro kilómetros de largo, que desde el tercer día de la guerra fue captado en dirección a Kiev, lo cierto es que se trata de un embotellamiento que haría palidecer al descrito por Cortázar en La autopista del sur. Centenares de camiones, cisternas, transportes de tropas, tanques y vehículos livianos avanzando a paso de tortuga a campo abierto -aun cuando los rusos parecen contar con total supremacía aérea en la zona- no es representativo de la forma en que un ejército en campaña debería manejar sus columnas de abastecimiento. Durante los días de la operación Market Garden, en 1944, el ejército británico cometió un error muy similar, cuando intentó alcanzar la ciudad de Arnhem haciendo avanzar por una misma carretera a los miles de vehículos que componían su XXX Cuerpo de Ejército. Si bien el tamaño de la fuerza disuadió a los alemanes de realizar un contraataque decidido, dinamitar un par de puentes y tenderles emboscadas fue más que suficiente para impedir que dicha fuerza se reuniera con los paracaidistas Aliados que la esperaban en Arnhem.
Más allá de las inconveniencias de este convoy, han sido muchísimos los reportes y videos de blindados rusos abandonados, sin un solo rasguño, en medio de campos y caminos del este y norte de Ucrania. Si bien no estoy en capacidad para asegurarlo, la explicación más lógica es que se quedaran varados por falta de combustible. (Hipótesis reforzada por el hecho de que los ucranianos han priorizado sus ataques a los camiones cisternas.) A su vez, se ha reportado que muchas unidades se han visto obligadas a detenerse o replegarse por falta de municiones; al tiempo que se multiplican día con día los testimonios de civiles ucranianos que se quejan de que los rusos vaciaron sus refrigeradores y alacenas. Si consideramos que, desde tiempos de Stalin (quien llamaba a la artillería “el dios de la guerra”), en el ejército ruso ha imperado la idea de que la artillería tiene que gobernar el campo de batalla, no debe extrañar que, con tal de mantenerla debidamente abastecida, se esté dando preeminencia al suministro de munición para esta arma, en detrimento del combustible, las raciones, los medicamentos, las piezas de repuesto y la munición de la infantería.
Impresionante ha sido también observar, en al menos una docena de videos, que la fecha de expiración de las raciones de campaña rusas fue el año 2015. ¿Cómo es posible enviar a un ejército a pelear con comida que caducó hace siete años? ¿Cómo puede estar pasando esto a la segunda potencia nuclear del planeta? Aunque esto no está directamente relacionado con los preparativos logísticos, otro detalle que creo relevante señalar es que quienes planificaron esta invasión subestimaron la capacidad de resistencia que ofrecería el ejército ucraniano, tal como lo indica la tardía movilización (a dos semanas de iniciada la guerra) de médicos civiles para atender a los heridos. Que no previeran la necesidad de esto, sumado a la escasez de alimento, combustible y municiones, me lleva a sospechar que ni siquiera imaginaron que llegar hasta la ribera oriental del Dniéper les tomaría más de una semana.
2. Reiterados errores tácticos por parte de las unidades terrestres rusas:
Existen varios indicadores, en general bastante confiables, de que las fuerzas terrestres de Putin están cometiendo graves fallos tácticos que conciernen tanto a la infantería como a las unidades acorazadas. Uno de estos indicadores es el alto número de generales rusos caídos en combate. A dos meses del inicio de la guerra Ucrania asegura haber matado a ocho generales, así como a una cantidad indeterminada, pero alta, de coroneles. Si bien no tenemos garantía de la veracidad de dicha afirmación, sí sabemos con certeza que el general Vitaly Gerasimov fue muerto por un misil ucraniano, luego de que una unidad de guerra cibernética localizara su posición mientras hablaba por un teléfono no encriptado. También fue confirmado el fallecimiento del general Frolov, reconocido por Moscú. Dado que su entierro fue un evento público, sabemos que el capitán de primera clase Andrei Páliy, segundo al mando de la Flota Rusa del Mar Negro, murió durante un combate en el puerto de Mariúpol. Aun cuando se tratara de nada más estos tres incidentes, el hecho seguiría siendo muy significativo, como lo demuestra el que, en veinte años de guerra en Iraq y Afganistán, EEUU apenas perdiera un general y un coronel.
A diferencia de los ejércitos de la OTAN, que tras la Segunda Guerra Mundial adoptaron el modelo alemán de otorgar gran libertad de decisión a sus rangos medios, el ruso continúa mostrando una organización sumamente jerárquica y centralizada; dentro de la cual todo gira alrededor de la capacidad de mando de mayores, coroneles y generales. Si en efecto las bajas entre estos han sido tan altas como Kiev asegura, esto implicaría que han tenido que dirigir las acciones desde el propio campo de batalla; y la única razón para exponerse de esta manera sería que los rangos medios no han probado ser todo lo eficientes que se habría deseado.
El otro indicador son los testimonios y videos que dan cuenta del desempeño de las tropas rusas. Por ejemplo, el alcalde de Voznesensk declaró que una columna blindada entró a esta localidad de treinta y cuatro mil habitantes, cruzó el puente sobre el río que la divide y siguió avanzando con intención de atravesarla para alcanzar Odesa. En un principio todo parecía marchar bien para los rusos, hasta que descubrieron que los defensores, utilizando equipo de construcción, habían bloqueado las calles aledañas a la avenida principal. Después volaron el puente para evitar que la columna retrocediera o recibiera refuerzos y, a continuación, dieron inicio a lo que, de acuerdo con el registro gráfico de la batalla, fue una auténtica carnicería que acabó con la destrucción de un batallón táctico y la captura de muchos de sus vehículos.
Muchos de los errores rusos son tan evidentes que su explicación desafía el sentido común de cualquiera que haya visto Black Hawk Down o American Sniper con algún detenimiento. Ver a la infantería de apoyo de un destacamento blindado dar la espalda al fuego enemigo, para correr a ocultarse, contradice todos los manuales tácticos estudiados por los ejércitos de Occidente. ¿Por qué? Porque, aparte de que el deber de dichos soldados era proteger a los vehículos, en cualquier caso siempre es preferible enfrentar al enemigo -y fijarlo al terreno mientras los blindados toman posición y se unen al ataque- que recibir un balazo en la nuca. Aun así, escenas de esta clase se han repetido las suficientes veces como para empezar a interrogarnos acerca de la calidad del entrenamiento recibido.
Más allá de lo básico (respetar la cadena de mando, aprender a disparar, dar mantenimiento a un arma de fuego y el combate cuerpo a cuerpo), para lo que un ejército entrena siempre está determinado por tres factores básicos: el escenario geográfico donde se espera que combata; los objetivos estratégicos que se pretende alcanzar como resultado de la lucha; y las experiencias de combate que en el pasado hayan acumulado las fuerzas armadas en cuestión. No me ocuparé de los dos primeros para centrar mi atención en el último, por ser el que creo que mejor define lo que está sucediendo en los campos de batalla de Ucrania.
¿Cuál es la experiencia de combate más reciente del ejército ruso? Bombardear Damasco y Alepo, dos ciudades faltas de toda defensa antiaérea, y pelear contra las milicias de ISIS, cuyos autos blindados parecen malas imitaciones de los que vemos en Mad Max. A mí tampoco me agradan el intervencionismo y el militarismo gringos, pero no por ello dejaré de reconocer que han aprendido mucho más que los rusos de sus experiencias bélicas; y que lo han hecho en buena medida porque no han temido hacerse de enemigos mucho más desafiantes (como los talibanes, con sus más de treinta años de experiencia bélica a cuestas). Veamos ahora cuál es la principal experiencia de combate del ejército ucraniano: Ocho años de combates de baja intensidad contra las fuerzas paramilitares de Luhansk y Donetsk, en una guerra de trincheras que no se diferencia demasiado a la vista en el frente occidental durante la Primera Guerra Mundial. Si bien de entrada esta forma de combate estático no parece el más idóneo para preparar a una tropa de cara a las exigencias de una guerra de movimientos, como la librada en Ucrania hasta el momento, existe algo muy importante que sus soldados aprendieron al tener que pelear de esta manera: tender emboscadas para defender e incursionar en un frente discontinuo. Puesto que me referiré a esto más adelante, de momento no voy a entrar en más detalles. Baste por ahora con decir que los ucranianos, además de estar aparentemente mejor entrenados, tienen un conocimiento mucho mayor del terreno y poseen la motivación de estar peleando por sus hogares; y no, esto último no es una frasecita retórica a favor de Ucrania: debido a la organización de sus reservas en Fuerzas de Defensa Territoriales, los soldados ucranianos están peleando en regiones muy cercanas a los lugares donde viven (una razón más para descartar las acusaciones rusas de que los crímenes en Bucha fueron cometidos por , tropas ucranianas, pues implicaría la dudosa posibilidad de que esos hombres mataran a sus vecinos y familiares).
La capacidad para coordinar operaciones de fuerzas combinadas, es decir, operaciones que involucren la intervención de distintas armas, como blindados, infantería, artillería y unidades aéreas, ha dejado también muchísimas dudas sobre la habilidad para comandar de los rangos medios del ejército ruso. Un buen indicio de que las cosas no se han hecho de acuerdo con lo que habría dictado la prudencia táctica, lo representa el hecho de que veamos tantas columnas de vehículos y tanques destruidos, pero ni un solo cuerpo alrededor de estos. Es cierto que no podemos descartar que hayan sido retirados antes de captar la escena en foto o video, pero también abundan imágenes de tanques avanzando por territorio hostil sin ninguna escolta. Todo tanquista sabe que desplazarse por carreteras bordeadas por bosques y, en particular, operar en zonas urbanas sin apoyo de infantería es poco menos que un suicidio. Sabemos también que al menos una batería de 155 mm fue destruida porque un proyectil o un misil ucraniano impactó el lugar donde estaban las municiones. Por qué no se encontraban en un punto más apartado de los cañones, dentro de refugios subterráneos y protegidas por sacos de arena, como dictan los procedimientos, es algo inexplicable. Una señal más de que las tropas rusas no están siguiendo las más básicas normas de seguridad para fuerzas en campaña puede apreciarse en un video que muestra una docena de camiones en llamas en el aeropuerto de Jerson, todos ellos estacionados demasiado cerca unos de otros.
Por increíble que parezca -por ser algo de lo que dependen miles de vidas y la suerte de naciones e imperios- han sido muchos los ejércitos que han probado ser demasiado lentos para aprender de sus experiencias. En 1854, la Brigada Ligera inglesa fue aniquilada al cargar contra las baterías rusas en Balaklava, durante los días de la guerra de Crimea. En 1898, los británicos aniquilaron al grueso del ejército madhista sudanés, en la batalla de Omdurmán, cuando este se hizo masacrar al cabalgar contra sus firmes líneas de infantería; sin embargo, solo unos minutos después de esta victoria, la caballería británica volvió a cometer el mismo error que una generación atrás había cometido en Balaklava. Una equivocación que repetirían, a pesar de estos antecedentes, en 1916, en el transcurso de la batalla del Somme; cuando se arrojaron sobre las trincheras alemanas sin la debida preparación para eliminar su resistencia. Menciono estos ejemplos porque desde el primer día de la guerra el ejército ruso se ha mostrado incapaz de contrarrestar tácticas que en Chechenia y Afganistán (y ya a lo largo de la Segunda Guerra Mundial) le infligieron muchísimo daño. ¿Dónde están los manuales que debería tener la información necesaria para prevenir una emboscada o que definen la manera en que se debe reaccionar frente un bombardeo de artillería? (Apenas anoche a una escuadrón de infantería ser aniquilado porque, durante un ataque de morteros pesados, los soldados se escondieron en una casa, en lugar de correr y dispersarse por el bosque.) ¿Por qué no ha sido incorporado esto al adiestramiento de las tropas? Y si se han entrenado para ello, ¿por qué su desempeño en el campo no lo manifiesta?
Durante las dos guerras mundiales, así como en las guerras napoleónicas, la de los Treinta Años, Crimea y Afganistán, los generales rusos jamás se destacaron por ser tacaños con las vidas de los hombres a su mando. Esto lo atribuyo a razones demográficas y políticas: a Rusia, a diferencia de Israel, jamás le ha faltado material humano para alimentar su máquina de guerra; al tiempo que su conocida tendencia a la autocracia ha impedido el surgimiento de un movimiento antibélico como el que, en EEUU, en todos los conflictos lleva un estricto conteo de los caídos en combate. Al igual que el arte, la filosofía y la literatura, la manera en que una sociedad hace la guerra refleja la forma en que se ve a sí misma y a las culturas que la rodean. Una fuerza militar competente solo puede crearse gracias a una inversión a largo plazo que inculque y consolide las capacidades de que se la quiera dotar, de acuerdo con su perspectiva estratégica. En el caso de un país como Alemania, que no ha estado en guerra por casi ochenta años, esto les concede un considerable margen de tiempo para corregir los errores cometidos. Claro que la no intervención en ningún conflicto a veces causa que no se reconozcan ciertos problemas, pero esto no tiene que ser motivo para que las cosas acaben haciéndose tan mal como el ejército ruso las ha estado haciendo en Ucrania. Siempre es posible aprender de las experiencias de países Aliados e incorporar sus descubrimientos al propio entendimiento sobre cómo conducir fuerzas en combate. (Más que cualquier otra cosa, esto es lo que pertenecer a la OTAN en la práctica significa: reunir tropas de varios países para que entrenen juntas y, mediante el adiestramiento, aprendan unas de otras.) Lo más extraño en el caso de la Rusia de Putin -la cual ha participado en seis guerras distintas desde que este se halla en el poder- es que su alto mando no parezca preocuparse por corregir errores; y no lo hacen ni a corto ni a largo plazo. Esta situación me recuerda un verso de una canción de Sting que representa un ejemplo más de la influencia que la Guerra Fría tuvo en el mundo del arte y la industria cultural, durante los años de mi infancia: “I hope the Russians love their children too”. Al igual que Sting, yo tampoco dudo que los rusos aman a sus hijos. De lo que no estoy tan seguro, como dije antes, es de que sus generales tengan en gran estima las vidas de los soldados a su mando.
En resumen, Putin intentó, sin contar con el dinero ni la industria para ello, construir un ejército y una fuerza naval “para todos los propósitos”; sin percatarse de que esto lo llevaría a conservar en un mínimo totalmente insuficiente la preparación operacional y táctica de las unidades terrestres que todavía hoy siguen siendo las que determinan el curso de las guerras: infantería, artillería convencional y formaciones acorazadas.