5. Insuficiente e ineficiente intervención de la fuerza aérea rusa:
De todas las sorpresas que les ha deparado esta guerra, creo que la más extendida entre los analistas militares ha sido la poco activa y errática participación de la fuerza aérea rusa. Si bien no me siento inclinado a dar crédito a las cifras oficiales ofrecidas por el Ministerio de Defensa ucraniano, que al 27 de abril reportaba haber derribado 185 aviones, 207 drones y 155 helicópteros rusos (cifra en apariencia demasiado alta si consideramos que, tras diez años de lucha en Afganistán, los rusos perdieron 333 helicópteros y 118 jets de combate). Con todo, bastaría que la cifra real fuera de solo la mitad para pintarnos un panorama sumamente negativo del desempeño ruso. Ahora mencionaré algunas de las posibles causas que llevaron a esto.
El temor a ser víctimas del fuego amigo podría ser uno de los motivos por los que Rusia no ha empeñado una mayor parte de su fuerza aérea. Si bien este temor no está injustificado, también puede resultar excesivo si consideramos que, en los treinta y cuatro años que separan la guerra de Malvinas del fin de la guerra estadounidense en Afganistán, solo se han reportado cuatro casos de aeronaves derribadas por su propio fuego antiaéreo: dos cazas argentinos, un Panavia Tornado británico y un F-18 Hornet estadounidense. Si bien es cierto que tanto en la segunda guerra del Golfo como en Siria, Libia y Afganistán fue nula, por no decir inexistente, la presencia de una fuerza aérea enemiga que exigiera el uso de armas antiaéreas, es asimismo cierto que Ucrania posee una considerable cantidad de aviones y helicópteros de fabricación soviética que pueden fácilmente confundirse con los rusos. Aun así, creo que la decisión de no involucrar una fuerza mayor deja mucho que desear (así como el hecho de que los cazas rusos disparen sus misiles desde territorio ruso y bielorruso, para reducir el peligro de ser destruidos).
Otra posibilidad es que decidieran no exponer demasiado a sus mejores aviones y pilotos. Es bien sabido que los pilotos rusos, por razones económicas, apenas vuelvan entre cien y ciento cincuenta horas anuales, con una marcada mayoría que con costos excede la primera cantidad. Vrieske, nombre clave de un piloto belga de F-16, en marzo del año pasado celebró haber alcanzado 5000 horas de vuelo a bordo de esta aeronave. La Fuerza Aérea Holandesa asigna dos mil quinientas horas anuales de entrenamiento para sus nuevos pilotos. Si bien no manejo la cifra de pilotos que se enlistan cada año, por la cantidad de aeronaves que tienen (222) dudo que admitan a más de una docena. Pese a no ser parte de la OTAN, Finlandia es un buen ejemplo de la importancia que las fuerzas aéreas de Europa dan a la formación de sus pilotos: de un total de 242 aeronaves, 141 están dedicadas a labores de entrenamiento. Visto que en la fuerza aérea rusa debe ser muy difícil alcanzar esta cuota de experiencia, no sería de extrañar que muchas de las misiones no estén siendo realizadas por sus pilotos más veteranos, a fin de conservar a los mejores para la contingencia de un ataque de Japón o la OTAN.
El que después de dos meses no hayan podido neutralizar los sistemas de defensa antiaérea ucranianos se presta para sospechar que la fuerza aérea rusa tampoco dispone de la cantidad apropiada de misiles antirradiación. Estos son utilizados para destruir las estaciones de radar que guían a los misiles antiaéreos, mediante el rastreo de las ondas de radar hasta sus puntos de origen.
Por otra parte, en vista de que los bombardeos aéreos rusos no se han destacado por tener la precisión de un escalpelo, no es exagerado sospechar que padecen una considerable carencia de misiles guiados para sus cazabombarderos. Sabemos que en Siria los bombardeos aéreos rusos causaron una horrorosa cantidad de víctimas civiles por no involucrar el uso de “armas inteligentes”, cuya precisión garantizara un daño colateral muchísimo menor. En este conflicto se ha mantenido dicha tendencia a realizar bombardeos indiscriminados, en muchas ocasiones contra blancos de escaso valor táctico y estratégico, como hospitales, escuelas y edificios de apartamentos; lo cual, aparte de su cuestionable moralidad, constituye un despilfarro absurdo de recursos que no es nada fácil reemplazar. (Sumemos a esto que la destrucción de blancos civiles siempre ha reforzado la voluntad de resistencia de las poblaciones bombardeadas, tal como se observó, durante la Segunda Guerra Mundial, en ingleses, japoneses y alemanes.)
6. Alta moral de la población y resistencia civil:
Este factor puede resumirse en un comentario realizado por la parlamentaria Kira Rudyk: “Putin no tomó en cuenta a las mujeres ucranianas”. Estas palabras pueden aplicarse a todos los demás estamentos de la sociedad ucraniana; incluidos los ucranianos de habla rusa, que en esta lucha no se han cruzado de brazos, a esperar a sus salvadores rusos, mientras las bombas destruyen sus ciudades. Si en estas semanas ha habido una imagen que a mi juicio resume a la perfección el involucramiento de los civiles en las labores de defensa, es la de los campesinos que se han valido de sus tractores para remolcar material de guerra ruso que, posiblemente por falta de combustible, quedó abandonado en medio de sus campos y pueblos. Tanques, camiones, artillería autopropulsada, transportes blindados de infantería, vehículos de enlace, ambulancias y hasta un sistema de guerra electrónica Krasukha (valorado en varios millones de dólares), han cambiado de manos a causa de la rápida intervención de hombres que jamás en su vida han disparado un arma. La organización de la defensa civil ucraniana y el grado de compromiso que han demostrado solo es comparable con lo realizado por la población de Alemania cuando, por cuatro largos años, tuvo que enfrentarse a la campaña de bombardeos estratégicos de los Aliados occidentales. Veamos ahora otros ejemplos de resistencia por parte de civiles.
Al igual que los checos durante la Primavera de Praga, en las zonas rurales los pobladores lograron retrasar el avance enemigo cambiando o eliminando señales de tránsito en carreteras y pueblos. (Sí, al parecer el ejército ruso no cuenta con una aplicación equivalente a Waze, que guíe a sus tropas por las autopistas de Ucrania.) También hemos observado los bloqueos con que cientos de personas, a riesgo de sus vidas, han obstaculizado y ralentizado el progreso de las columnas rusas.
Miles de mujeres se han ofrecido como voluntarias para trabajar en las cocinas de hoteles y escuelas, mientras otros miles asumieron el cuidado de niños, ancianos, heridos y enfermos, o sirven como personal de apoyo de las unidades de intendencia.
En talleres de todo el país, hemos visto que mecánicos de precisión y automotrices se han dado a la tarea de modificar armas de infantería rusas capturadas, para que puedan ser usadas por la Guardia Nacional y las unidades de defensa regionales. (Imagino que también en estos talleres se sueldan los obstáculos antitanque que bloquean el acceso a las ciudades.)
En ciudades como Kiev, Odesa y Járkov, los informáticos están diseñando aplicaciones que indican a la población dónde será distribuida la ayuda humanitaria, los alertan sobre posibles incursiones aéreas o de la presencia de tropas terrestres rusas, informan sobre la ubicación de los refugios antiaéreos y los hospitales de campaña e incluso coordinan el rescate de mascotas.
Los centros regionales de defensa han tenido que dejar de admitir voluntarios, porque no tienen suficientes armas para ellos, ni tiempo para darles el debido entrenamiento. Entre los que se encuentran esperando para ser movilizados, hay decenas de miles realizando labores vitales de sanidad, intendencia, logística y comunicaciones; entre estos últimos, a muchos se les ha encomendado perturbar e interrumpir las comunicaciones rusas.
Para terminar, hay un hecho muy significativo que quisiera destacar: Barcelona en 1939 y París al año siguiente se rindieron sin hacer un solo disparo; así como Hitler se paseó por el Campo de Marte sin temor a que un francotirador le disparara, en Las Ramblas los niños catalanes sacaban brillo a las botas de los soldados franquistas como si se tratara de un primo que volvió de la guerra. En cambio en Kiev, Jerson, Járkov y Odesa dio inicio la construcción de barricadas y defensas desde el amanecer del primer día de la invasión.
7. Maximización de los recursos
No olvidemos que Ucrania fue parte de la Unión Soviética durante sus casi setenta años de existencia. Esto significa que su ejército está de sobra familiarizado con el armamento, tácticas y procedimientos operacionales rusos (los cuales no parecen haber cambiado demasiado desde la caída de Berlín en 1945). Este pequeño gran detalle, sumado al jamás oculto objetivo de Putin de devolver a Rusia “la grandeza de otras épocas”, determinó la orientación estratégica de las fuerzas de defensa ucranianas que, en lugar de preocuparse por contrarrestar un ataque proveniente de cualquiera de sus demás vecinos, pudieron enfocarse en enfrentar la amenaza de una invasión rusa. En la práctica esto significó que, a diferencia del presupuesto de defensa ruso, Ucrania ha destinado cada grivna a su alcance a las armas y el entrenamiento necesarios para la guerra que ahora está librando; es decir, que conscientes de que este momento llegaría, durante los últimos ocho años no han dejado de prepararse para lo que están viviendo; y lo han hecho con acierto táctico. Por ejemplo, dos preguntas que mucha gente se ha planteado es por qué la fuerza aérea ucraniana no da la impresión de estar participando en los combates y, siendo tan pequeña en comparación con la rusa, qué posibilidades reales tiene de incidir en el curso del conflicto.
Aun cuando no ya forma de saber la cantidad de misiones diarias que están volando los pilotos ucranianos, me inclino a pensar que no estén interviniendo demasiado en los combates para no exponerse inútilmente ante una fuerza que reúne casi cuatro mil aeronaves. Lo que podemos concluir de esto es que el alto mando ucraniano, consciente de que no contaba con el tiempo y el dinero necesarios para constituir una fuerza aérea que les disputara a los rusos el control de sus cielos, tomó la acertada decisión de invertir sus recursos en la fabricación o adquisición de drones que, por un costo económico menor y un costo humano inexistente, pudieran poner en aprietos a las fuerzas terrestres enemigas. Algo similar podemos decir de la flota ucraniana, la cual invirtió más en baterías y misiles de defensa costera, que en carísimas naves que habría podido perder en el primer bombardeo sobre Odesa.
8. Armamento, tácticas y capacidad de combate de la infantería ucraniana:
A lo largo de todo el siglo XIX, desde las guerras napoleónicas hasta la guerra de los Boers, el combatiente más temido en los campos de batalla fue el francotirador. En las trincheras de la Gran Guerra ese lugar pasó a ocuparlo el ametralladorista, debido al terror que causaba el volumen de fuego de estas armas. Con el perfeccionamiento de las comunicaciones, entre la Segunda Guerra Mundial y Vietnam, los operadores de radio, por su capacidad para ordenar y coordinar bombardeos aéreos o de artillería, se convirtieron en los soldados más letales de la Historia. Durante la guerra del Yom Kippur, en el desierto del Sinaí, los tanquistas israelíes conocieron el miedo gracias a los infantes egipcios que destruyeron por docenas sus carros de combate con misiles antitanque. Hoy este rol lo comparten el soldado que opera los drones cerca de las líneas enemigas, y el que desde sus hombros dispara contra aeronaves y vehículos blindados los misiles portátiles que están diezmando a las brigadas acorazadas y a la fuerza aérea rusas; y el ejército ucraniano tiene a cientos, si es que no miles, de hombres entrenados para llevar a cabo ambas tareas. Nunca en la Historia se había esperado que la infantería cumpliera funciones tan diversas como debe hacerlo en el presente, ni había tenido jamás a su disposición medios tan poderosos para cumplir con dicha exigencia. Con el adiestramiento y las armas necesarios, un solo soldado tiene la capacidad de incendiar una ciudad pequeña más aprisa que toda una legión romana. Si bien dicha perspectiva no tiene nada de halagüeña, a un país obligado a defenderse de un enemigo muy superior en armamento le ofrece posibilidades tácticas tan prometedoras, que se transforman en recursos estratégicos.
Veámoslo de este modo: armado con un lanzamisiles Stinger, un soldado de infantería cuyo entrenamiento básico costó de 55 a 74 mil dólares, puede bajar del cielo a un F-35 cuyo valor ronda entre 110 y 135 millones de dólares. No hace falta ser un entendido en economía o asuntos militares para avizorar el potencial detrás de esto. Es más, este ejemplo, que a muchos podría parecer poco realista e inclusive exagerado, se ha vuelto algo relativamente común en Ucrania. Armados con el ahora célebre misil antitanque Javelin, cuyo costo unitario es de 78 mil dólares, las tropas ucranianas están reduciendo a chatarra tanques T-90 con un valor de 2.3 millones de dólares. Si a esto le sumamos el importantísimo detalle de que es mucho más fácil reponer los misiles que los tanques -sin mencionar que demanda mucho menos tiempo aprender a usar el Javelin que llegar a ser un tanquista competente-, podremos apreciar al menos parcialmente cuán distinto está siendo para ambas el costo de esta guerra (obviamente acá no estoy considerando la cuantiosa destrucción de infraestructura ucraniana).
En resumen, recurriendo a unas fuerzas de infantería que conocen a fondo el territorio en que operan y entrenadas para actuar con astucia y prontitud, Ucrania parece haber hallado la forma de contrarrestar la superioridad armamentística y tecnológica de unas fuerzas armadas enemigas que no han logrado siquiera prevenir que su buque más importante fuese hundido, cuando los ucranianos distrajeron sus radares con un dron inofensivo, para darle el mate con dos misiles Neptune.
En general, la mayoría de las escenas de combate que hemos podido observar nos ofrecen la imagen de una infantería ucraniana altamente entrenada, muy bien armada y con la moral por los cielos, que está enfrentando con considerable éxito a una fuerza superior en número y armamento, pero que, como ya mencioné, tras dos meses de combates sigue exhibiendo graves limitaciones tácticas, así como las consecuencias de una pésima logística. En lo esencial, las tácticas de la infantería ucraniana no son muy distintas a las que sus bisabuelos partisanos utilizaron hace ochenta años contra la Wehrmacht, ni las que esta usó contra el Ejército Rojo: aprovechar el camuflaje para acciones guerrilleras, movilizarse en formaciones pequeñas para pasar inadvertidos a las patrullas de reconocimiento, y valerse de su mayor conocimiento del terreno para tender emboscadas en puntos de paso forzoso para las columnas enemigas. Es válido preguntarse por qué los tanquistas rusos parecen ser tan propensos a caer en dichas emboscadas. Creo que la razón se debe a la orientación táctica que han recibido. La doctrina rusa para el uso de fuerzas acorazadas establece que, en caso de encontrarse con una defensa fuerte y decidida, tienen que abrirse paso por sus puntos débiles y continuar avanzando hasta su retaguardia para cercar a los defensores. Básicamente, esto es lo que hicieron los nazis para conquistar Francia, Yugoslavia y Polonia. El problema es que esta táctica data de tiempos de la Guerra Fría; y hoy la infantería está mucho mejor preparada y armada para destruir tanques y vehículos blindados.
Otro aspecto que revela el carácter furtivo con que ha sido concebido los procedimientos tácticos ucranianos tiene que con el uso de la artillería. Si bien no tengo confirmación de esto, corren rumores de que los bombardeos rusos no están siendo respondidos con fuego de contrabatería para no poner en evidencia las posiciones de los cañones ucranianos. Estos solo abren fuego cuando tienen en la mira vehículos y tropas enemigas. Pese a que este proceder contradice lo que dictan los manuales de artillería, esta táctica fue la que, con toda seguridad, les permitió diezmar y poner en fuga a una poderosa columna acorazada durante los primeros días de la batalla de Brovary.
El terreno es el factor más determinante de toda acción bélica (de ahí que todos los textos de historia militar incluyan mapas). A esto se debe que tenga carácter axiomático la premisa que establece que quien elige el campo de batalla tiene más posibilidades de ganarla. Si bien por ser los agresores, las fuerzas rusas pudieron elegir los puntos en que llevarían a cabo su invasión, esta guerra posee características muy particulares que nos llevan a plantearnos la validez de este principio. Luego de dos meses observando a los rusos realizar maniobras junto a sus fronteras, ni siquiera los conserjes del estado mayor ucraniano iban a creerle a Putin que no atacaría. Esto les dio tiempo para ultimar sus preparativos de defensa; la cual se asemeja a los principios de la defensa móvil alemana durante la Segunda Guerra Mundial: contraatacar con altas concentraciones de unidades pequeñas, pero altamente móviles, dotadas de la mayor potencia de fuego disponible y conformadas por las tropas más veteranas y mejor armadas y entrenadas. Lo más sorprendente de todo esto es que los ucranianos hayan adaptado a sus circunstancias los principios de von Manstein y estén llevando a cabo dichas operaciones con fuerzas que se desplazan a pie, entre bosques que hacen casi imposible que se las localice desde el aire, para hostigar las líneas de aprovisionamiento rusas muy por detrás del frente, porque son conscientes de que, dada la extensión de Ucrania (el país más grande de Europa) y la cantidad de fuerzas desplegadas por Rusia, jamás podrá ser un frente continuo. Si a esto sumamos la dependencia que el ejército de Putin ha evidenciado de carreteras y caminos (así como el inconveniente que ha representado la ya mencionada raspútitsa), ya no es tan difícil entender cómo se las han arreglado para destruir formaciones enteras de convoyes y unidades de combate. ¿Podrán seguir haciendo esto, ahora que Putin ha tenido que renunciar a ocupar Kiev y desplazó el eje de su ataque hacia el sureste? Bueno, esto desde luego está todavía por verse. Por los últimos ocho años en el Dombás se ha librado una guerra de posiciones y allí sí estarán ante un frente continuo, que hará mucho más difíciles las incursiones de su infantería; pero también hay que recordar que los ucranianos llevan casi una década fortificando sus posiciones en esta región, y que el tiempo actúa más en detrimento de la moral rusa (de seguro muy menoscabada tras su retirada de Kiev y el hundimiento de un buque que llevaba el nombre de la capital de su país), que de la ucraniana; ya que para estos cada día que consigan frenar la invasión es considerado una pequeña victoria.
9. Después de la retirada rusa de Kiev, ¿qué cabe esperar en las próximas semanas?
Semanas después de que Moscú hiciera el ridículo anuncio de que el Moskva, buque insignia de su flota del Mar Negro, había sido destruido a causa de un incendio en la cocina, a mes y medio de que informaran, de forma igualmente absurda, que por haber alcanzado sus objetivos fuera del Dombás, detendrían sus operaciones en el resto de Ucrania para concentrar sus esfuerzos en esta región, y a unos días de que se replegaran también del frente de Járkov, resulta más pertinente que nunca preguntarnos qué curso podría adquirir este conflicto en un futuro inmediato. Para responder a ello, sin hacer a un lado lo político, antes debemos contestar a la pregunta acerca del tipo de guerra que se está peleando en Ucrania: ¿Es una guerra asimétrica? Sin acceso a los satélites que, minuto a minuto, siguen el desarrollo de este conflicto, todavía no nos es posible saberlo. Sin embargo, luego de observar docenas de videos de tanques y vehículos blindados ucranianos enfrentando y destruyendo a tanques y transportes de infantería rusos, ya no parece tan disparatada la idea de que se estén librando auténticas batallas entre compañías e incluso batallones de carros de combate, como las que todos asociamos con la lucha en el frente oriental durante la Segunda Guerra Mundial (aunque probablemente guarden más similitud con las batallas de tanques en Normandía, donde los Panzer se valían del terreno boscoso para emboscar y sorprender a las formaciones acorazadas aliadas). A pesar de que no creo que esta clase de lucha sea el más frecuente, tomarlo en cuenta nos da una idea de las vastas proporciones de esta guerra. En lo que al Dombás se refiere, lo que allí se está librando -y es la razón por la que Zelenski ha insistido tanto en las últimas semanas en que necesitan recibir armas pesadas- es una típica batalla de artillería, con piezas de ambos bandos tratando de destruirse mutuamente, mediante fuego de contrabatería, para obtener la supremacía que necesitan para barrer del terreno al enemigo. Apenas la semana pasada vimos cómo un batallón acorazado ruso fue aniquilado por la artillería ucraniana mientras trataba de cruzar el Donets. En este tipo de guerra el ejército ucraniano está contando, por primera vez desde el inicio del conflicto, con la ventaja tecnológica: obuses estadounidenses y franceses de 155 mm, armados con municiones M549 Hera capaces de superar en doce kilómetros el alcance máximo de los obuses rusos, junto a los obuses autopropulsados alemanes PzH 2000, con un alcance de cuarenta kilómetros, le van a otorgar a Ucrania una clara superioridad, sin importar que Rusia posea más piezas.
La siguiente es una lista de lo que Rusia requería para ganar esta guerra, ya no digamos en las dos semanas en que Putin originalmente se lo había propuesto, sino en cualquier escenario posible. De antemano deseo aclarar que, a mi juicio, el ejército ruso no ha alcanzado ninguna de estas condiciones: 1) Control absoluto del espacio aéreo (para lo cual no basta con que no vuelen los aviones y helicópteros ucranianos, sino ante todo eliminar sus defensas antiaéreas y la destrucción inmediata de sus drones). 2) Informes de inteligencia militar en tiempo real, que le permitan mover rápido a sus tropas y tomar decisiones informadas y acertadas. 3) Municiones guiadas de precisión en cantidades equivalentes a millares de misiles. 4) Una cantidad muchísimo mayor de tropas de élite aerotransportadas y de infantería ligera. 5) Ser capaces de sostener y coordinar operaciones que profundicen varios cientos de kilómetros en territorio enemigo. 6) No utilizar radios ni teléfonos civiles, ni otros medios de comunicación carentes de encriptación. Sin cumplir al menos la mitad de estos requisitos, es en verdad muy dudoso que Putin alcance su objetivo, ahora casi irrealizable, de instalar en Kiev un gobierno de su agrado, así como el de capturar el puerto de Odesa.
¿Qué rumbo podría tomar la situación en las próximas semanas? Luego del fallido intento de lanzar una campaña al estilo de la Blitzkrieg alemana durante el primer mes de la guerra, empezamos a ver inequívocas señales de que Moscú ha optado por iniciar una campaña de desgaste, con sus crecientes bombardeos de objetivos civiles para quebrantar la voluntad del pueblo ucraniano. (Estrategia que, como antes mencioné, durante la Segunda Guerra Mundial solo sirvió para decidir aún más a sus víctimas a continuar en la lucha.) El problema con las guerras de desgaste es que, para salir triunfante, exigen tres cosas que Putin no tiene: tiempo, municiones en enormes cantidades y un número de fuerzas terrestres mucho mayor al que hasta ahora ha participado en esta guerra. El factor tiempo es apremiante porque ya hemos visto que las sanciones de Occidente han golpeado la economía rusa más de lo que el Kremlin debió de haber anticipado. Ya vimos también que presumiblemente el arsenal ruso de armas guiadas y antirradiación ya era bastante limitado en vísperas de la invasión. Su escaso uso en Siria y en este conflicto es un indicativo bastante confiable de ello; de manera que ahora debe limitarse a los requerimientos mínimos para enfrentar una amenaza no venida de Ucrania. El de las interminables hordas de infantería rusa arrasando las campiñas europeas es un viejo mito de la Guerra Fría; cuando la Unión Soviética reunía en su territorio a doscientos ochenta y siete millones de habitantes. Hoy en día, si bien la población total de Rusia (144 millones) sigue siendo muy considerable, es menor a la de los mexicanos étnicos en la actualidad (129 millones en México y otros 38 en EEUU). Si a esto sumamos los rusos que se oponen a la guerra -que un cálculo muy conservador situaría en un veinticinco por ciento-, no será difícil concluir que, para fines del mes de abril, Ucrania tendrá en armas tres o cuatro veces más soldados que Rusia en todo el teatro de operaciones. Alguien podría alegar que la preparación de las nuevas levas ucranianas no es la más deseable; y esto sería necesariamente cierto. Pero también es cierto que el ejército de conscriptos de Putin ha dado sobradas pruebas de no ser una fuerza demasiado intimidante y eficiente.
Una consecuencia del presunto fin de la Guerra Fría y el estallido de las luchas étnicas en África y Timor Oriental fue que, al reanudar el segundo Bush (en Iraq y Afganistán), Yeltsin (Chechenia) y Putin (Georgia, Osetia, Abjasia y Siria) las aventuras imperialistas de EEUU y Rusia en Oriente Medio, el mundo volviera a ser testigo de un tipo de guerra que dominó el sangriento siglo que separa a Waterloo de Mons y que, gracias a la infinita modestia de los historiadores ingleses, conocemos como el período victoriano. Me refiero, por supuesto, a las guerras asimétricas que, durante los últimos veinte años, hemos seguido en las noticias y en al menos una veintena de grandes producciones hollywoodenses y europeas. Se caracterizan por ser conflictos en los que no es difícil constatar una abrumadora diferencia en lo referente a los recursos militares, políticos y mediáticos de los bandos comprometidos en la lucha; lo cual obliga a la facción más débil a utilizar tácticas no convencionales, que pueden variar desde la guerra de guerrillas, la desobediencia civil, el sabotaje de objetivos estratégicos, e inclusive acciones que se podrían clasificar de terroristas o guerra sucia (es decir, aquellas cuyo blanco suelen ser no combatientes). Para la fuerza que se halla en desventaja, la clave para imponerse en una guerra asimétrica pasa menos por ganarla que por no perderla; y para no perder una guerra lo fundamental es no rendirse. En las últimas dos décadas hemos observado en varias ocasiones esto: los talibanes acabaron derrotando a EEUU y sus Aliados, pese a ser derrotados una y otra vez en incontables combates y escaramuzas, gracias a su resolución a continuar peleando (lo cual, en buena medida, fue posible porque la reconstrucción de Afganistán jamás representó una verdadera alternativa social y política para la sociedad civil afgana).
Lo más sobresaliente de la guerra ruso-ucraniana es que se trata de una guerra asimétrica que se está librando de acuerdo con todas las características de la guerra convencional, es decir, que está siendo lo más parecido que el mundo ha visto a lo que pudo haber sido un conflicto entre la OTAN y el Pacto de Varsovia en la década de 1980 (si, en efecto, las tropas no rusas hubieran estado dispuestas a pelear; posibilidad que el aplastamiento de las revueltas anticomunistas en Checoslovaquia, Hungría y Polonia me inclina a considerar muy dudosa). Mi impresión es que si las fuerzas ucranianas se mantienen firmes y detienen el movimiento de pinzas que, desde Mariúpol en el sur y Luhansk en el noreste, los rusos intentarán cerrar a espaldas de los defensores del frente del Dombás, la desmoralización del ejército de Putin, el altísimo coste económico de la guerra y el lento pero constante fortalecimiento de las tropas ucranianas (un objetivo a conseguir por medio de la movilización de sus reservas y la ayuda militar recibida de Occidente), no le dejará a Putin más opción que buscar una excusa con que enmascarar la derrota y poner fin a toda acción ofensiva. Ante la posibilidad de dicho escenario, la incógnita que queda por responder es si Ucrania posee el poderío y los recursos para expulsar a los rusos, en primer lugar, de su litoral marítimo y, en segundo, de Donetsk y Luhansk. Una retirada rusa de Crimea es sumamente improbable, al punto de que solo la creería posible en caso de una intervención conjunta de la OTAN; algo que supondría una intensificación de esta guerra que, por los riesgos que conlleva, nadie en su sano juicio podría desear.