Mensaje en una botella para Mabel Morvillo

[Fotografía de Gloriana Jiménez]

Algunas ideas parecen volverse auto proféticas, y, en el caso que quiero exponer ahorita, lo he sentido más hondamente en el corazón, pues me toca conversar a una gran distancia, a miles de océanos de distancia, con una persona querida y sumamente grácil, inteligente y experimentada. Me refiero a mi exprofesora y amiga Mabel Morvillo, quien falleció en enero de este año.

La noticia de su muerte, sin embargo, la descubrí hasta hace unas cuantas semanas, sorpresivamente, mientras indagaba información acerca de cuentistas costarricenses; en un año tan inusual y tan laberíntico —donde ni el tiempo parece transcurrir a un ritmo normal—no me pareció extraño el que tal noticia se me pasara de largo, pero sí dejó un pesar distinto, el de una amistad que tal vez nunca logró concretar algo más grande, y a final de cuentas, ni siquiera logró cuajar una buena despedida. 

Así que ahora tomaré una idea prestada y escribiré un pequeño testimonio, o una pequeña carta, acerca de lo que Mabel dejó como huella en mi vida durante unos breves, pero significativos años. Lo enrollaré y depositaré dentro de una botella y lo lanzaré al agua de las palabras en el que probablemente Mabel habite ahora, pues ahí siempre perteneció, como una de esas figuras marinas que tanto inspiraron a la literatura argentina, como la Alfonsina, de Mercedes Sosa, a la que Mabel siempre admiró.

Tuve una grata relación con Mabel entre los años 2008 y 2010, durante mis fugaces años de estudio en la Universidad Veritas. A esta universidad llegué, inicialmente, producto de una beca que gané para poder estudiar la carrera de cine y televisión, aunque posteriormente esa idea fue perdiendo impulso dentro de mí, y me trasladé a otra carrera dentro de la misma universidad: animación digital. Ahí fue donde conocí a Mabel. 

Posiblemente fue una de las profesoras más queridas en esa carrera, pues dedicó su vida a inspirar a jóvenes, y cualquier persona que pasara por sus clases de escritura y literatura tomaba no solo un impulso inmediato para poner en papel sus ideas más descabelladas y fantasiosas, sino que además obtenía a una amiga cercana y de gran humor. Su risa es imposible de olvidar, pues estaba compuesta de esa explosividad del acento argentino, sonoro y profundo, como utilizando todo el aire disponible a un kilómetro a la redonda. Pero más allá de la diversión, sus clases eran recorridos apasionantes por la historia de la literatura universal, desde el Poema de Gilgamesh pasando por el Libro del buen amor, del Arcipreste de Hita, cruzando las historias caballerescas y de aventuras de la temprana modernidad, hasta llegar a la literatura rompemoldes del boom latinoamericano. 

Tener una conversación con ella acerca de política era igual de fructífera, pues siempre tuvo un desencanto fuerte con las dictaduras militares, y siempre pudimos expresar nuestro disgusto a literatos recalcitrantes como Vargas Llosa, o admirar la poesía juguetona en Kundera. En cierta manera, con Mabel se aprendió a leer y a jugar, a devolverle a la literatura todo lo que tiene de espontánea y creativa, sin disminuir jamás el peso de la tradición y el camino heredado de los grandes maestros. Una de sus grandes facetas fue ser supervisora de trabajos audiovisuales de la universidad, tanto de cine como de animación, y más de una de esos guiones pasaron por el amable comentario y crítica de sus azulados ojos. 

Desearía poder decir más de nuestras conversaciones o de nuestros encuentros cotidianos entre clases, acompañados por algún cigarrillo (o varios), o en algún café ocasional, pero muchas de estas conversaciones e intercambios se gestaron hace ya más de 10 años, y muchas de mis imágenes durante mi estadía en esta universidad han quedado un poco emborronados. Sí pude encontrar una breve correspondencia que tuvimos durante los años 2009-2010, cuando ya había ingresado a la carrera de comunicación en la Universidad de Costa Rica. De estos intercambios virtuales puedo aún sentir toda la viveza de sus gestos, su recurrente ironía y su constante llamado a mantenerse esperanzado por el futuro.   

Volviendo a la idea de la autoprofecía, me sorprendió uno de los textos que le envié en un correo de 2009. Le comenté en ese momento lo profundamente impactante que me parecía el darse cuenta cómo nos iban abandonando los últimos testigos de ciertos eventos, como la última superviviente del Titanic, por ejemplo, o el último testigo de la primera guerra mundial, y de cómo nosotros estábamos insertos en ese camino de observadores y recolectores de vivencias, en una carrera para tratar de obtener lo más posible de ese trayecto. Me sorprendía que a veces, de la nada, no nos damos cuenta que aún conviven con nosotros personajes y aventureros de tiempos que ahora parecen extraños y lejanos, pero que tal vez hace solo unas semanas eran cercanos y concretos como este suelo que pisamos. Ahora pienso lo profético de esa idea, que me vuelve a sorprender una vez más, ante la noticia de la partida de Mabel, una testigo invaluable de tantas experiencias, no solo en su patria, Argentina, sino aquí también, con su amplio legado en la transformación del mundo literario costarricense (especialmente su nicho amado, el de la literatura infantil).

No sé exactamente qué fue lo que llevó a que dejáramos de intercambiar palabra, pues, aunque no eran frecuentes los correos, sí se notaba en cada uno de esos mensajes mi urgencia de poder compartirle materiales recientes que había escrito. Entre las teorías que se me vienen a la mente, está la de la aparición de las redes sociales durante esa época, y de las que —creo— ella no era aficionada, mientras que yo dejé que estas me atraparan. Consecuencia de esa decisión fue mi desapego del uso del correo electrónico y, junto a este, el olvido de la correspondencia como esa hermosa manera de tener largos y tendidos diálogos a lo largo del tiempo con ciertas personas. 

Creo que Mabel fue la peor pérdida que pude haber permitido en ese momento, pues su voz se me hace que pudo haber sido invaluable como compañía de tantos eventos que sacudieron la década siguiente, y que ya para este mes de setiembre, en 2020, ha quedado atrás. Una vez más, en lo autoprofético de ese momento, mi interlocutora pasó a ser la viajera del tiempo que cruzando décadas, ahora se me reaparece para mostrarme cómo pueden brincarse abismales lapsos de tiempo en un pestañeo, y de cómo puede reemerger un alejado momento, tan lejano como una isla perdida en el piélago de otro planeta, en frente de nuestro desierto del presente en forma de espejismo en un oasis. Es un fenómeno que al cineasta Werner Herzog le parecía que era propio de nuestras culturas prehistóricas, quienes podían comunicarse con los dibujos dejados por alguien en una cueva de hace 5000 o 10000 años, y responderles con otros dibujos (superpuestos) como si hubieran sido escritos el día anterior.

Ahorita mismo no siento tanto ausencia de su presencia física, como la ausencia de sus palabras, esas que he estado repasando estos últimos días en estos correos. Ellas están bien presentes y vivas ahorita, y tal vez, en el fondo, exista la posibilidad de comunicarse con ella a través de este medio mágico, el del universo que ella conoció y dominó a la perfección. Estoy seguro de que ella hubiera coincidido con que esto era posible, que no existe una barrera en el universo escrito como el que existe en el de nuestros cuerpos materiales. Y tal vez por eso ahora trato de poner este mensaje en una botella, porque tal vez si lo lanzo llegue algún día a las playas de su costa lectora. Tal vez siempre fue más que una amiga, y se convirtió en una eterna lectora de mis ideas a la que siempre le agradeceré el generoso gesto de leerme y de darme una respuesta de apoyo. 

Siento ahora la necesidad de compartir uno de los ejercicios que más disfruté realizar con Mabel, que fue el de interrogarla acerca de su vida. Ella nunca dejó de contar anécdotas y hechos de su pasado, y se pueden encontrar aún bellos recuentos y perfiles de su vida que se han publicado en otros medios. Mabel nunca tuvo miedo de hablar su pasado. Creo que tal vez nunca tuvo miedo de nada que no fuera aquello que impidiera hablar o escribir, y por eso agradezco el que me permitiera entrevistarla una vez, en el año 2008, como parte de un ejercicio de escritura que debía realizar para otro de mis cursos de esa época. No recuerdo ya si la entrevista se publicó en algún medio o si simplemente se quedó en los límites del Word, pero ahora desearía volverla a reproducir íntegra como parte de este artículo, y poder revivir algo de la voz y de las ideas que transitaban tan frescamente por la mente de esta asombrosa argentina que llegó para quedarse en nuestra literatura y en nuestra enseñanza. 

He decidido dejar el texto tal como lo redacté en aquel momento, pues también el ejercicio es revelador sobre el joven de 19 años que en aquel momento iniciaba sus ejercicios con las palabras, así que espero que los lectores puedan perdonarme todas aquellas faltas que se encuentren. Asimismo, la última pregunta de la entrevista la he utilizado para titular este artículo, sobre todo porque la respuesta que dio Mabel parece una de esas coincidencias absolutamente imposibles, y ninguno de los dos sabía (o tal vez sí), que sería el decreto de la profecía que ahora me toca cerrar a mí, y así también, de esta aventura mágica que fue su amistad. Gracias Mabel por su presencia y por su ausencia, de ambas aprendí y de ambas me sentiré siempre enriquecido. Nos encontraremos. ¡Albricias!

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Un vistazo a los ojos de Mabel Morvillo

Por Orlando Morales Carrillo

Con un gran sol encima y con un cigarro en su mano, la profesora Mabel Morvillo nos cuenta un poco de su vida:

1. ¿Qué es lo más gratificante que ha vivido al escribir?

Lo más gratificante es cuando te encuentras con gente nueva, con jóvenes que te conocen y que han leído tu trabajo y te felicitan. Como un joven que una vez me dijo: “Tal libro suyo me encantó”. Eso fue determinante, lindísimo. En sí, lo más gratificante es escribir por escribir. Es encontrarse con uno mismo. Escribir para que los niños se rían y se diviertan. Como cuando uno los pone a dibujar sobre un poema, hacen cosas lindísimas. Escribir para que los demás lo disfruten, pero en sí, escribir por escribir.   

2. ¿Cómo ha afrontado las dificultades de su vida?

Yo soy optimista por naturaleza. He sobrellevado mis dificultades con calma. Estoy en un momento de mi vida donde uno es calmado, uno deja de ser ansioso. Aunque no siempre fui tan calmada. Es sacar energía donde no la hay. Pero sí ha habido épocas de mi vida que me han costado donde uno aprende a enfrentar la vida con serenidad.

3. De estos personajes: Enanitos Verdes, Mercedes Sosa, “Quino”, Carlos Gardel, Evita Perón y Maradona, ¿Qué rescata de cada uno de ellos que aporte algo a su identidad?

Los enanitos verdes son con los que menos me identifico, ya estoy muy lejos de eso. De Gardel también. No era de mi generación. Mercedes Sosa sí. Ella representaba un símbolo, había una veneración hacia esos íconos en esas épocas tan duras. Ella representa una revalorización del folklore, de la cultura de los pobres. Es revivir la historia. Sosa es fuerte, contestataria. Tenía una posición política cuando la gente no sabía nada.  Ella era solidaria y fue acosada y perseguida. Hay otros personajes con los que me identifico, como León Giecco que si marcaron mucho mi época. Ellos se convirtieron en voceros de mucha gente que no tiene una voz.

 Quino es un ídolo. Yo crecí con Mafalda, maduré con Mafalda. Yo tengo gran sentido del humor. Mafalda nos enseñó el humor. Nos enseñó a enfrentarnos a esa época tan difícil en nuestro país. Nos dio un arma para la cual no hay antídotos.

 Gardel, se convirtió en ídolo porque la gente no vio su decadencia. El murió en un momento grande de su carrera. Representó mucho para argentina. Se convirtió en la voz del tango. 

 Con Eva Perón es curioso. Aunque yo venía de una familia anti-peronista, ella fue un símbolo para mí y para el país, toda la gente la conocía. Mi infancia está marcada por Eva Perón. En la escuela era obligatorio leer a Eva Perón. Todos los textos de ella tenían que tener su foto. Todos los días en la noche, a las 8: 25, se cortaba la transmisión. Era la hora en que pasaban un homenaje a Eva Perón, en la hora que ella murió. Era un personaje fascinante, con muchas ambiciones.

Maradona tiene algo parecido. Es un personaje con el que la gente se identifica. Que salió de los barrios bajos. Se convirtió en un icono. Es alguien que puede hacer cualquier cosa y aun así la gente lo quiere. Yo le tengo mucho cariño. Él tiene mucho carisma con la gente. Para mi hay otros ídolos. Como Astor Piázzola, en su canción “Adiós Nonino”. Oírlo es ver la foto viva de Buenos Aires. Maradona es más controversial, le tengo mucha ternura. Él no sabe manejar el éxito. Es como un niño. El nunca maduró, ni es inteligente pero nunca negó sus raíces. Por ejemplo, el afecto que él le tiene a sus hijas. Eso la gente lo ve. Hay algo mágico que despierta en la gente. Eso paso con Sosa. Que a pesar de ser una india (cabecitas negras como les decía Perón en ese aire cosmopolita que se daba Buenos Aires) podía seducir a un auditorio con 52 000 personas. Ella es impresionante y su voz también.

4. Si usted estuviera en un cuento, ¿Qué personaje le gustaría ser, o en qué cuento le gustaría estar?

No sé si un cuento en específico. Pero me encantaría estar en una historia de aventuras. De escalar, subir, viajar. Así es la vida. Donde al personaje le tenga que costar. Y que le pase de todo. Lo imaginable y fantástico. 

5. ¿Qué esconde Mabel?  ¿Qué se reserva a la hora de relacionarse con los demás?

Bueno, yo guardo mis preocupaciones, mis desasosiegos, excepto a mis amigos claro. En el trabajo, cuando doy clases, trato de que no se salgan, porque no aporta nada. La gente contamina las cosas con sus problemas. Antes yo no lo podía reservar, pero ahora sí.

Soy bastante reservada, porque soy muy frágil. Es fácil hacerme daño. Y por eso me protejo mientras vamos confiando cada vez más en uno mismo.

6. ¿A qué se hubiera dedicado si no fuera profesora (y editora)?

Ahh, sería periodista. Me hubiera encantado. Ser contestataria. Hacer preguntas insolentes. Ser una cronista de viajes, de guerra. Aunque eso era impensable antes. Pero sí, me hubiera encantado.  

7. ¿Qué le faltó como maestra de escuela?

Paciencia. No pude con los niños. Me encantan, pero no tengo paciencia. Más que todo porque soy poco sistemática. A mí me gusta cuando trabajo libremente, como en las universidades y puedo cambiar el programa mientras avanzan las clases y que se adapte al grupo, y así conozco a los alumnos. Pero en las escuelas no se puede hacer eso. No soy paciente para seguir procesos. 

8. Si alguien pudiera escribir un cuento de su infancia, ¿de qué trataría?

Tristeza. Sería triste. Las circunstancias políticas de mi país marcaron mi infancia. Recuerdo una vez que mi papá llego a mi casa y me dijo que guardara todo, los juguetes, porque venía la revolución. Fue algo muy horrible. Era una época que generó miedo, donde todo lo que se decía podía ser malinterpretado. Además, yo era muy ajena a mi familia, especialmente con mi madre. Era como un canario en una pecera. Una vez ordenando fotos con mi hija encontré unas en que se parece mucho a mí y sale sonriendo en casi todas. Y veo las mías y siempre salía seria, y triste. Sería una historia triste. Talvez por eso es que escribo para niños. Para darles risas.    

9. ¿Qué le ha enseñado el mundo que no le enseñó su país?

Tolerancia. Yo crecí en un país con regímenes intolerantes. Cuando uno va a otros países conoce mucha gente y otras costumbres, donde lo que es bueno para uno no es bueno para otro. Cuando estás tan lejos se aprende que todos tienen diferentes maneras de ver el mundo y uno aprende a ser tolerante, que es uno de mis valores fundamentales. 

10. Si estuviera en una isla sola y le llegara un papel en una botella, ¿a quién le escribiría?

A mi hija. Le diría todas las cosas que no le digo a diario. Porque ese es el vicio de los seres humanos. Hasta que estamos lejos de algo o de alguien nos damos cuenta de lo que no hacemos o no dijimos. Por eso aprovecharía esa oportunidad.