Eros y los círculos de la sangre

“…el río parece ser siempre el mismo y, sin embargo, no lo es, es mucho y uno (…) por más que uno refuerce en sí la conciencia de la corriente, es el momento recordado, y ya no corriente; pues ha quedado fijado por la atención que ahora retiene lo que de por sí fluye.”

Dilthey, W. Dos escritos sobre hermenéutica

Del mito cosmogónico aprendemos que en el estado primigenio del mundo estaba Caos. El abismo, el desorden total, lo insondable y lo oscuro. Que, a esa falta absoluta de sentido y estructura la interfiere algún elemento ordenador; los dioses, la luz, o Eros, el impulso unificador y creativo. La conciliación del abismo. De esa irrupción erótica en el Caos surge el Cosmos, el mundo, el Orden. El universo armonioso. A partir de ahí la vida se nos presenta como una superación de aquel estado primitivo y salvaje, y una instauración imperiosa de la naturaleza proporcionada y un sentido claro de existencia.

Pero, ¿es así el mundo en el que existimos? ¿Puro orden y luz? ¿No será más cercana la metáfora del Caos, oscuridad y desasosiego? ¿No es pan de cada día la confusión que nos obliga a interpretar el lenguaje del mundo, de nuestros pares, de nosotros mismos? ¿No estamos aquí intentando, con todas nuestras fuerzas, comprender?

Iré contrasentido y diré que la existencia es Caos. Que Eros es aquel impulso ordenador, la interpretación. Y Cosmos, la comprensión -o, aun mejor- un círculo de sentido.

Heráclito lo dijo: el río siempre fluye, nunca es el mismo. Pero el río es una unidad dentro de su flujo eterno. ¿Qué más es un río? El torrente sanguíneo. En su circuito cerrado siempre se renueva, y circula dentro de una unidad de sentido que es el cuerpo. La sangre siempre es mucha y una.

Mi torrente sanguíneo tiene una particularidad: las concentraciones de glucosa en ella son erráticas, resultado de un fallo autoinmune en el páncreas. Constantemente debo estar revisando mis niveles de azúcar; varias veces al día una maquinita me revela, en una captura, la cantidad de mililitros de glucosa que hay en mi sangre en ese preciso instante. En el número se reflejan muchísimas cosas: lo que como, mi actividad física, mis sensaciones, mi estado anímico; el flujo de insulina en mi cuerpo, mis carencias y mis excesos. Pero estas informaciones no están evidenciadas en el propio número; yo las interpreto como un texto encriptado. Sin embargo, el valor capturado es tan real como una fotografía. Me muestra el instante, no me muestra ni el proceso, ni el progreso. El número -el paisaje, la existencia- en unas horas será diferente.

Lo errático de mi sangre es un caos, como lo es el río, como lo es la existencia que frente a nosotros nunca es ni será estática.

La captura de mi sangre, el recuerdo del río, las manifestaciones fijadas de esta existencia son el esfuerzo erótico por interpretar dicho caos.

Eros tiene una sed de comprensión que le lleva a interpretar; la pesca de las pequeñas emergencias que nos permiten captar el flujo de la vida. No podemos pretender que nos digan nada más que el mismo instante que plasman.

La sangre y su torrente son un todo del cual la pequeña gota me revela un instante ya pasado. La gota que me permite encontrar el número, sobre el cual yo interpretaré una complejidad más grande, mi cuerpo. La gota me revela informaciones que yacen bajo el número. Yo he de descubrir el sentido que lo impregna. Si el azúcar está muy alto, sé que es porque me faltó insulina, o comí de más. Sé que a partir de ahí debo inyectarme para bajar los niveles. La captura es la parte; la sangre y el cuerpo cambiantes son el todo. El diálogo entre ambas, en un proceso sinfín, me permiten comprender esporádicamente el flujo de mi existencia.

La gota de sangre es parte del torrente, el torrente es parte del cuerpo y el cuerpo parte de su contexto. Parte y todo son dialogo dentro de otros diálogos siempre re-articulables dentro de círculos concéntricos de sentido.

En el esfuerzo erótico de interpretar a Caos, movimiento dialógico en el círculo, Eros ya está sumergido en el Caos, y el Caos a su vez ya no es del todo incomprensible. En el esfuerzo que hago para comprender el funcionamiento de mi cuerpo, la totalidad que soy es más que la suma de las partes capturadas de mi sangre.

Ahora bien, esa interpretación no pasa solo por la maquinita. Me atraviesa el cuerpo. Y en la afectación del cuerpo, siempre se dan malentendidos. Cuando baja el azúcar, tiemblo y palidezco. Cuando sube el azúcar, me mareo y siento sed insaciable. Esos son los síntomas. El número en la captura, es el signo. Y a veces, el síntoma no se identifica con el signo. A veces el temblor es de miedo y la sed es deshidratación. En el pasado he cometido el error de fiarme únicamente del síntoma, y de ahí interpreto un posible número. Y me ha ido mal. Anticipo el sentido del estado de mi sangre y fallo. Ahí es donde encuentro el límite, no puedo deducir un signo de un síntoma aislado, porque este puede ser una pregunta con varias respuestas. De la sensación térmica del agua del río no se puede determinar su temperatura.

Ese límite se marca entonces con el diálogo entre cada captura y la historia que conozco de mi cuerpo; construyo constantemente la tradición que soy. Pero esa tradición, que heredo de mi experiencia, siempre debe ser confrontada con los prejuicios que se derivan de ella misma para que, al igual que la sangre, en su circulación interminable siempre se renueve. La sensación de una sangre errática paseándose por mis venas puede ser prejuicio, miedo, hábito. El valor sanguíneo que me es revelado es el toque de realidad con la tradición, bajo la cual la sensación debe reafirmarse o descartarse.

Caos es la enorme piedra. Eros es el esfuerzo eterno de Sísifo. Cosmos es el recorrido interminable y siempre renovado. Una y otra vez.

El esfuerzo erótico es la disposición a fusionarse con la alteridad caótica de un texto encriptado, el síntoma, el fluir inasible, el número bajo el que yace todo un cuerpo en su contexto. Eros es la posibilidad de ingreso al sentido. Cosmos, no es un punto de llegada sino una continuidad infinita, siempre expansiva, del diálogo entre Eros y Caos. Cosmos es el círculo donde se va y viene entre

el recuerdo y el flujo del torrente del río, de la sangre, de la vida. El caos de la existencia es una pregunta eternamente abierta, y la actitud erótica el apetito por responder, como una inacabable pesca de sentido.