[Este texto fue redactado en 2009, pero hasta este momento ve la luz pues, como sus protagonistas, nada cobra vida en el instante, sino cuando ya ha desaparecido, en el momento de su recuerdo.]
Todo empezó con un artículo: ¿Cuál sobreviviente del Titanic sigue aún con vida? Fue un poco impactante descubrir que la última sobreviviente, Millvina Dean, muriera hace pocas semanas, a los 97 años. Lo primero que pensé es: nunca más conoceremos a alguien que haya vivido ese evento en carne y hueso, aun si ni siquiera pudiera recordarlo. Pero existe información de que estuvo ahí, y eso lo vuelve algo curioso, algo misterioso, una sensación extraña de volver en el tiempo. Como cuando estás con tu abuelo y puedes ver en sus ojos y en su piel rastros de un mundo que no es el tuyo. Es otro planeta con el que no has hecho contacto nunca, más que en películas o libros. Pero cuando se está frente a alguien que realmente estuvo ahí, comprendes inmediatamente que tiene memorias reales, escenas vivaces, y que bastaría tener una máquina que pudiera leer su mente para transportarnos inmediatamente a una experiencia que ningún aparato tecnológico puede representarnos fielmente: el pasado. El pasado solo existe en las personas, y se esfuma con cada persona que desaparece de la memoria histórica.
Todo eso empezó a girar por mi mente cuando vi las fotos de esta pequeña señora con grandes anteojos y mirada risueña y orgullosa, acaparando unos momentos de importancia muchos años de años después de que su vida atravesara eventos y peripecias, y sin que nadie tuviera aún el afán de prestar atención a tal recuerdo, como si estuvieran esperando simplemente a ver quiénes llegaban al final, a los últimos diez sobrevivientes; es ahí, dice la humanidad, donde se vuelve emocionante. Es como ver la maratón olímpica o una carrera de Fórmula 1: solo son interesantes los últimos momentos, los solitarios bólidos que han escapado del grupo. Eso somos, tratando de vivir lo más pronto experiencias intensas y procurando durar con ellas lo más que se pueda, evitando derramar sus contenidos, aunque inevitablemente sabemos que grandes chorros escaparán de nuestra memoria salpicando el olvido para siempre. ¿Qué eventos jamás llegaron a nuestro presente y que nadie nos contará jamás?
Y pienso en este tema de la muerte porque de repente se enciende en mí un deseo. Mi mente siempre ha sentido curiosidad por ese momento de longevidad, de cansancio, de satisfacción, de orgullo. Porque, en esas carreras, estoy seguro que a los competidores que van de segundos o terceros ya no les importa si ganarán o no, porque haber corrido en esa pista se vuelve más importante. Lo único que anhelamos es haber formado parte de ese grupo de humanos que compartieron un evento trágico, una catástrofe, un siglo dorado de cultura y belleza. Cualquiera que sea el motivo, siempre es bueno estar en el momento, en la historia. Los que llegan de último o más lejos no sienten emoción por conocer a los que los esperan en la meta, sino nostalgia por todos los que se quedaron atrás y que no pudieron ver tanto como ellos. Y también hay otra nostalgia: cuando se ha corrido tanto, más que los demás, y queda la duda de cómo sería vivir un poco más, un segundo más, y se aferran a la vida a la que tanto han logrado desafiar y vencer.
Mi siguiente paso fue buscar a los sobrevivientes de la Primera Guerra Mundial, un evento más “reciente”. Aún quedan cinco o seis, creo… muy pocos de los 65 millones que pelearon en un evento tan complejo y amplio, alrededor del que tantas vidas giraron y que marcó tantos eventos futuros — nuestras actuales vidas, podríamos decir—. Solo cinco personas han logrado llegar hasta este año 2009 que apenas finaliza su primera mitad. No se puede confiar ni un solo día, ni una sola hora. El tiempo es infinitamente más corto que aquel de nuestra infancia, en que tardaba más que los días avanzaran. El futuro siempre se desenvuelve más lento ante nuestros ojos mientras que el pasado se hace trizas con cada lapso de tiempo que pasa. Años o décadas enteras se pierden en segundos, mientras que eventos futuros durarán décadas en planearse y producirse.
Pero bueno, no me quise quedar ahí, y quise indagar quiénes eran las personas más viejas que existen. Por el momento, el récord lo ostenta Gertrude Baines de Estados Unidos. Pero, como dije antes, a estas alturas de la carrera uno no sabe cuánto va a durar alguien en el primer lugar, en qué momento alguno “caerá”, y dejará una fecha más del calendario atrás y sin que nosotros podamos averiguar algo de esos días. Por ahora el límite está fijado en el 6 de abril de 1894… tan lejano, pero tan real aún. Pero en cualquier momento podemos perder ese horizonte y nuestro siguiente recuerdo más cercano sería el 10 de mayo de 1895, en la memoria de Kama Chinen de Japón, si es que la pausa eterna no le llega a ella primero.
Como ven, en esta carrera nada es jugando, y nadie se puede dar el lujo de darse un descanso. Todo está en juego, cada segundo de nuestra historia está frente a nosotros, en los ladrillos, las casas, la arquitectura, los árboles, los océanos que nos rodean, e incluso nuestra propia piel. Todo está en “escena”, todos están representando su actuación, la única función que tenemos. Aunque a veces le damos importancia a este “performance” cuando ya han pasado 20, 30, o 50 años de iniciado, solo cuando ya se ha llegado al último acto, cuando las cortinas están cerrando y los últimos actores hacen la última reverencia. Es ahí cuando nos damos cuenta que era una obra, que había “algo” que decir, y que ya no recordamos ni siquiera los “actos” o el argumento de la obra.
Desperdiciamos el pasado inmediato de cada caricia, cada explosión, cada guerra, cada película, cada partido, cada llovizna, cada risa, cada comida, cada sol que se oculta en la montaña; olvidamos que es la última vez que veremos ese astro con esa forma, con ese celaje, en esa especifica escena de ese único día, de ese único año, con esa única persona con la que nos sentamos a mirarlo. No existe una percepción equivocada, pensaba Berkeley contra Descartes, cada idea percibida es verdadera, ha acontecido. Todo lo que “aparece” es parte de la humanidad por virtud de nuestro testimonio. Estamos vivos para percibir y presenciar, y en esa carrera no se gana, solo se perdura, se trata de una marcha de la muerte y la meta es uno mismo.
Quise proseguir con mi odisea cronológica, esta vez con la curiosidad de saber quién es la persona que más ha vivido y que se haya probado oficialmente. Me encontré con esta señora (otra mujer), Jeanne Calment, de Francia. Ella nació el 21 de febrero de 1875 y murió el 4 de agosto de 1997. Ese es nuestro límite: 122 revoluciones a una estrella. 122 navidades, cumpleaños y amaneceres para nuestros ojos. Esa es la barrera, la burbuja que tratamos de empujar un milímetro más, ese es el verdadero borde de nuestro universo. Somos una burbuja de jabón inflándose lo más que puede antes de caer en un jardín de flores y desaparecer en millones de partículas, iniciando otros universos, otras dimensiones y entendimientos y aniversarios. Claro que pudo haber personas que vivieran más tiempo antes de este registro, pero esas posibilidades ya ni siquiera podemos probarlas, quedan en los anhelos de nuestra imaginación.
Esto llevó a mi siguiente inquisición de encontrar quién era la persona conocida y validada que más “atrás” haya nacido, es decir, lo más lejano que se tenga registrado de algún súpercentenario. La documentación de estos récords empezó con Betsy Baker nacida en Inglaterra en 1842 y que vivió 113 años; pero, por dicha, había un registro anterior a estos títulos, que tiene a Thomas Peters, de Holanda como el súpercentenario más antiguo del que se tenga registro, aunque aún se debate. Peters nació (se supone) el 6 de abril de 1745 (la misma fecha que tiene la actual portadora del titulo Gertrude Baines) y murió el 26 de marzo de 1857. Si este dato no estuviera en lo correcto el siguiente sería un holandés, también nacido en 1788 y fallecido en 1899, Geert Boomgaard. Me llama más la atención el segundo porque es el único súpercentenario que se haya acercado tanto al siglo XX, y me hace cuestionarme lo que se debe haber sentido haber sido parte de un siglo de revoluciones europeas, atravesar otro siglo de revoluciones industriales y comerciales y haber estado a las puertas de un siglo tan conflictivo como el que acabamos de dejar atrás. Y, aun así, aquí seguimos nosotros, testigos de nuestra era, tal vez nunca imaginados por estos dos holandeses que vivieron un tiempo tan lejano, pero no tanto como lo pensamos. Ellos vivieron una época en que Mozart era la moda y los carruajes eran el medio de transporte, en que Napoleón apenas agarraba inspiración para lanzarse hacia el continente europeo y en que nuestras naciones latinoamericanas ni siquiera existían.
A pesar de esto, dos siglos vuelan en realidad, y si viéramos lo cerca que estamos aún de conocer a gente nacida en 1895, que vivieron el final del siglo XIX, que fueron parte de la generación del cinematógrafo y de los primero autos y aeroplanos, el primer televisor, la primera radio, la primera Guerra mundial o el famoso hundimiento del barco que inició este curioso viaje por el tiempo, tal vez correríamos a dar una última “mirada” a través de esas puertas doradas que se van cerrando.
Mis últimas intrigas me llevaron a buscar cuál era el total de personas que han existido en la Tierra, lo que me dio diversos resultados y teorías encontradas, pero creo que mi curiosidad se fue excesivamente atrás… Hay dudas que tal vez simplemente no pueden ser resueltas más que con una estadística fría y sin sentido. Pensé, entonces, en buscar otros seres vivos que sean dignos de longevos récords, aunque esto no cause tanta pasión como nuestra agobiante y estirada historia. Sin embargo, me llamo intensamente la atención el caso de las ballenas boreales o de Groenlandia sobre las que encontré una mención de que algunas eran tan viejas que incluso tenían arpones clavados que podrían datar de inicios del siglo XIX, y esto me causó el mismo escalofrío temporal…
Imaginé a estas grandes bellezas, nadando algún día por su mar helado y, de repente, ser atacadas por unos pesqueros alborotados, tal vez provenientes de la Rusia zarista, o de algún navío victoriano. Probablemente lograron escapar, y se preguntaron de dónde provenían estos seres, qué ocurría en su mundo; cuáles eran sus reglas, sus sueños; cómo eran sus familias, sus alimentos o sus dioses. Sus cabizbajos ojos fueron testigos de hombres que vivían en un mundo donde el romanticismo era la moda en el arte, donde Kant era el genio de la época, donde un nuevo continente empezaba a buscar su independencia, donde Europa comenzaba a unificarse en estados modernos, donde aún no existía el calentamiento global, y donde todo era más verde, en cierta manera. Playas sin descubrir, un mundo aún secreto e inacabado, con barcos y piratas, con castillos y palacios y sin cosas tan inimaginables como un televisor, una cámara digital, un astronauta o la computadora con la que escribo en este momento.
El tiempo es así de mágico, puede separarnos unos pocos años en su titánica historia, y para nuestra especie es como si viviéramos en planetas diferentes. Aunque algo es indudable, estas mismas ballenas siguen ahí nadando, tal vez con su cicatriz aun evidente, y tal vez con su memoria aun fresca de aquel momento, esperando a ser leída y que alguien le pueda explicar qué fue lo que le sucedió esa noche. ¿Quiénes fueron esos seres con los que compartieron el cielo estrellado? Ese mismo cielo estrellado que vemos hoy, estos mamíferos lo vieron en ese momento… Son como estrellas caídas del cielo, las de ese pasado, las de este presente y las de aquel futuro. Nadan en nuestro océano, esperando a que nos montemos sobre su cuerpo imponente para que nos lleven a pasear y a mostrarnos que el tiempo para ellas no existe y que las vidas de las personas pasan pero el universo sigue tan quieto como nunca antes. Su lenguaje debe ser el verdadero lenguaje de los dioses, o al menos de ángeles.
¿Qué nueva prueba nos tocará dejar en su piel para que alguien más tenga evidencia de nosotros en tiempos venideros, cuando el mar y el cielo sigan fusionados y las estrellas se escapen a nadar un rato con sus aletas? Y para los que se preguntan, ¿por qué el cambio de tema tan abrupto? A veces la vida es así, pasan tantas cosas que olvidamos cómo fue que comenzamos, pero intentamos terminarlo con una bella metáfora.