Se acerca un año bastante peculiar en la historia de nuestro país, en el que celebraremos 200 años de vida independiente. Sin embargo, antes de comenzar lo que, asumo, serán cientos y cientos de artículos, estudios y opiniones de todo tipo tratando de definir, fijar y declarar con absolutismo el carácter de nuestra identidad nacional o de nuestros “valores patrios”, espero que comencemos el año del bicentenario asumiendo nuestros olvidos.
Uno de los temas que este año capturó mi atención fue el del premio nacional Aquileo J. Echeverría dedicado a la cultura y literatura costarricense. Seré breve en esta exposición inicial, pues me gustaría extenderme más a fondo en otras entregas. Pero por lo pronto quisiera abordar lo que me parece un extraño y lamentable hecho: el que este se halle en una total oscuridad.
El arribo a este tema se me dio por virtud de una fascinación personal que ya he explorado en este espacio, el de las listas y clasificaciones. Siempre he creído que a través de una lista se pueden no solo “ordenar” datos o elementos varios, sino también asir el mundo de una manera particular y profunda, particularmente por el carácter visual que compone una lista. Conocer una lista significa conocer de una manera “enlistada” el mundo, es decir, hacer un recorrido particular: puede ser ascendente, descendente, alfabético, temático, cronológico, categórico.
Pues resulta que un día, mientras estaba investigando acerca de autores y filósofos costarricenses, me encontré leyendo un poco acerca del premio de historia Cleto González Víquez que entrega anualmente la Asociación de Geografía e Historia de Costa Rica. Al darme cuenta de que era un premio bastante importante en este país y que había sido continuamente entregado excepto por algunos cuantos años que se declaró desierto, quise ordenar los ganadores en una lista para poder luego hacer una búsqueda de las obras ganadoras.
Investigando a algunos de los ganadores pude constatar que muchos de los ganadores de este premio también se habían hecho con el premio nacional Aquileo J. Echeverría en la categoría de historia, que algunas veces podría confundirse como el mismo premio. Fue aquí donde quise desviar mi atención hacia el Aquileo, del que descubrí el pasmoso hecho que ahora abordo: el de la imposibilidad de conocer la historia o los ganadores de este premio.
Tal vez exagere un poco al decir que este premio se encuentra en un perenne abandono u olvido, pero no puedo usar menos que una expresión trágica para abordar el hecho de la poca información y atención que este premio recibe, al menos desde las instituciones oficiales de nuestro país.
Buscar una lista de ganadores de este premio es difícil. No existe. Mi primer instinto de explorar en Wikipedia dio con una lista incompleta de ganadores en la categoría de novela. Ir hacia la página del Ministerio de Cultura remitirá hacia la ley que fundó el premio, pero no hay un enlace o acceso a algún sitio que recopile ganadores, o ceremonias de entrega de dicho premio. No es la primera vez que una investigación de datos históricos me llevaba a este tipo de omisiones, por lo que puse manos a la obra: sabía que la información debía estar desperdigada en distintas páginas o medios de comunicación, máxime que en la mayoría de biografías de autores que había encontrado siempre se hacía referencia a este premio, aunque de manera escueta.
Lo primero que debía hacer, lógicamente, era comenzar a recopilar información acerca de la entrega de premios más recientes, pues cada año se hace una publicación y discusión de temporada acerca de los ganadores, usualmente en el mes de febrero o marzo, que es cuando se anuncian los ganadores. Encontrar información de los ganadores de 1995 a 2019 no fue tan complicado, pues algunas páginas han mantenido sus enlaces “activos”, como el Semanario Universidad o la página de RedCultura, quienes cada año han cumplido con reportar acerca del premio y la lista de galardonados. La página del diario La Nación también proveyó información útil, especialmente algunos enlaces caídos o abandonados de su antiguo sitio de la década de los noventa e inicios de los “dosmiles”. Sin embargo, es lamentable que el acceso al antiguo archivo de periódicos viejos de La Nación haya sido descontinuado, pues sin duda esa hubiera sido una fuente muy ventajosa. En general, el problema era que ninguno de estos diarios había publicado en ningún momento una recopilación de ganadores o de la historia de este premio a través de los últimos 50 años.
Hay que señalar que el Premio Nacional de Cultura Magón si cuenta con una página del Ministerio de Cultura con enlaces a cada uno de los ganadores, aunque también me ha parecido curioso que algunos artículos periodísticos han confundido a ganadores del Magón con ganadores del Aquileo, debido a que ambos suelen ser mencionados únicamente como “premio nacional de cultura”, o “premio nacional de literatura” como fue catalogado durante sus primeros años. El otro premio que existe paralelo o en conjunto con los premios Aquileo J. Echeverría es el Premio Joaquín García Monge, que comenzó como un premio al periodismo cultural, o a la difusión cultural, y se ha entregado anualmente desde 1962 (también dentro de la misma ley original de premios nacionales), aunque sin embargo, la entrega de este premio se confundió muchas veces con la entrega del premio periodístico Pío Víquez (del que hablaré en otra ocasión pues también se encuentra en la misma oscuridad y no he podido fijar todavía su lista completa de ganadores).
Uno de los grandes problemas a la hora de establecer una historia o lista de premios de este tipo es entender bien cuáles son las categorías del premio, pues no parece tampoco que ningún medio de comunicación sepa bien cuáles son o han sido las categorías, ni tampoco hay una página que informe y explique su origen o cómo han ido cambiando. Esto ha generado problemas en los listados de ganadores de algunos años que algunas veces olvidan señalar a algún ganador, o especificar cuándo alguna de las categorías fue declarada “desierta”. Al ser establecido este premio en 1961, y posteriormente entregado anualmente desde 1962, el premio contó con 6 categorías iniciales en el campo de la escritura o “literatura: novela, cuento, poesía, ensayo, historia, teatro (dramaturgia). A estas deben sumársele una categoría de música o composición musical y una de artes plásticas que en realidad consistió en dos premios; estos se escogieron de entre las siguientes 6 subcategorías: pintura, escultura, dibujo, caricatura, grabado y arquitectura. Finalmente, se creó también con esta ley un premio a un libro en categoría “no ubicable”, o “misceláneo” (como encontré en algunas publicaciones); sin embargo, esta categoría no se empezó a premiar hasta 1971. En total se entregaron entonces una cantidad de 9 premios entre 1962 y 1970, y 10 premios a partir de 1971. Por lo general, y durante toda su historia, exceptuando las últimas dos décadas, el premio ha dejado al menos una categoría “desierta”. A partir del año 2000 esta tendencia comenzó a cambiar. La categoría que más veces ha sido declarada desierta ha sido la de teatro o dramaturgia.
La lista de categorías de los premios se ha revisado y cambiado varias veces (el último cambio a esta ley fue en 2013) y esto ha implicado que varias categorías se han ido adicionando, aunque no me queda tan claro qué estatus tiene cada uno de los premios que se ha ido adicionando, pues en algunos momentos se los señala también como “premio Aquileo”, pero en otras ocasiones no. Esto sucede con el Premio Nacional de Teatro, que premia a las distintas ramas actorales, directorales y técnicas del teatro, y sin embargo en los distintos artículos que encontré nunca se los identifica como “premio Aquileo”, como sí se le llamaba al premio de dramaturgia, y sin embargo, esos premios solían anunciarse en la misma fecha o con pocas fechas de diferencia.
En 1978 se comenzaron a entregar, primero de manera intercalada, y posteriormente de manera individual, dos premios a ciencia y tecnología. A partir de los años 90 se hicieron 3 cambios principales al premio: se agregaron tres categorías de danza (obra, grupo e interpretación individual); se agregaron dos categorías de música (una para ejecución musical o música de cámara, y otro para grupos corales) que sin embargo se entregaron intercaladamente, es decir, solo se premió una categoría extra de música cada año, aparte del premio de composición. El tercer cambio consistió en la creación del premio de cultura popular (hoy llamado Premio Emilia Prieto), que empezó a reconocer la carrera o trabajo de vida de algún autor o grupo en la misma calidad del premio Magón o el Joaquín García Monge.
Finalmente, en el año 2013, las categorías sufrieron el cambio más reciente, y también el más drástico. Muchas categorías fueron renombradas o ampliadas, se creó una nueva categoría de artes audiovisuales, con tres premios distintos; se eliminó el tradicional premio de historia, o ensayo histórico (también este fue el cambio más polémico), y ahora las obras históricas suelen premiarse dentro de la categoría “no ubicable” (esta categoría se renombró como premio Luis Ferrero). Adicionalmente a la categoría de música se le agregó un tercer premio: el de dirección musical.
Ahora, ya teniendo un poco claro cuáles han sido los premios tradicionales que se han reconocido cada año, tocaba comenzar a obtener los datos de cada una de esas categorías, y desgraciadamente, por más que lo intentara, una mera exploración superficial de la red me iba a ser imposible para completar la tarea, pues los artículos periodísticos nunca hacen mención de información exacta, ni siquiera en las reseñas biográficas. La mayoría de biografías de escritores y artistas que comencé a explorar no son claras respecto de cuántas veces un autor ha ganado el premio, en cuáles categorías, y tampoco especifican el nombre de la obra por la que el autor fue premiado. En algunos casos la mayoría de artículos se confunden pues la fecha de entrega del premio suele ser al año siguiente de la publicación de la obra premiada, por lo que algunas veces se indica el año de la obra y en otras el año del premio, lo que me confundió muchas veces respecto a cuál artista había ganado en cuál año, o de si había sido un premio compartido, por ejemplo. Era necesario tener acceso a algún archivo de algún periódico (y que no implicara tener que ir a sumergirme por semanas en la Biblioteca Nacional) en el que pudiera consultar las listas de ganadores de cada año (de 1995 para atrás).
Esa labor hubiera sido imposible de realizar de no haber topado con la suerte de encontrar el archivo digital del diario La República con el que cuenta el SINABI (Sistema Nacional de Bibliotecas). Este no es un archivo completo, pero sí abarcaba los años que yo necesitaba para completar mi búsqueda, y en conjunto con un cruce de información del que el ya desaparecido Alberto Cañas fue parte, pude ir accediendo a cada una de las ediciones de La República que informaba de los premios cada año.
Cito a Beto Cañas como una guía que me iluminó en esta búsqueda pues creo que de verdad él fue el único personaje histórico de nuestro país que quiso a esos premios y se esmeró por lograr que estos lograran establecerse y obtener el valor de un galardón de alto mérito en nuestro país. Y esto lo señalo no solo debido a que Beto Cañas fue uno de los creadores u originadores del premio, sino que también su famosa columna “Chisporroteos” en La República fue uno de los espacios de mayor difusión y análisis del Aquileo J. Echeverría. Esta columna fue una luminaria en el espacio de opinión pública, pues la variedad de temas y la precisión y el humor con el que Cañas se refirió a distintos temas de la cultura, arte y literatura del país siempre fue un deleite. De ahí que fuera gracias a estas publicaciones que pude ubicar el premio en el tiempo y el espacio adecuados, pues la tarea más difícil a la hora de indagar el archivo digital del SINABI fue poder precisar las fechas en que los premios se entregaban. La biobibliografía de Beto Cañas publicada por la Biblioteca Nacional me permitió encontrar las publicaciones del autor que se referían a la entrega de los premios, especialmente durante sus primeras dos décadas. En algunas de sus columnas de Chisporroteos el autor hace análisis semanales de cada una de las obras ganadoras del año, a veces dedicando un artículo individual para cada obra. En otras ocasiones, Cañas compartía sus críticas al premio, sobre todo cuando discrepaba con el ganador o cuando el premio se dividía en un empate.
Por si fuera poco, y en un hecho que considero como una serendipia (entre las muchas que acompañaron esta búsqueda), el mismo Beto Cañas parecía vaticinar en su momento que este premio iba a ser objeto de curiosidad y estudio para los amantes de los datos y la recopilación de eventos históricos de nuestro país. En su columna del 20 de mayo de 1967, Cañas hace un repaso de la lista de ganadores de años anteriores, pues como señaló: “no falta un lector aficionado a recopilar datos”. Y repito, los análisis pormenorizados de las obras premiadas cada año no los he vuelto a observar en las publicaciones recientes de ningún periódico. Suelen haber reseñas biográficas, o entrevistas a los ganadores, pero nunca he visto que haya un diario que dedique una semana entera o más a analizar los premios, a analizar las obras ganadoras y a debatir acerca de las polémicas que estos suscitan. Por lo general, el anuncio de los premios Aquileo J. Echeverría no ha pasado de ser una ceremonia de la que se enteran unos cuantos círculos intelectuales y artísticos sin que tenga mayor repercusión en la esfera pública o en los espacios de opinión. Antes al menos existía el famoso debate acerca del elitismo de las premiaciones o de si los premios seleccionan a un “justo ganador” cada año, pero ahora ni eso.
Este tipo de silencio me parece de los más graves, pues en la dialéctica de los premios es tan importante el ganador como el no ganador. Admiramos las obras de Kubrick no sólo porque son grandiosas, sino porque en su momento fueron ignoradas por las grandes ceremonias de premios, y eso siempre genera un aura distinta a la obra, a veces tan poderosa como el premio mismo. Pero el olvido general de nuestro mayor premio a nivel nacional me parece una patología generalizada de nuestro espíritu desencantado por nuestra cultura: ni siquiera nos molestamos en opinar si hay obras dignas de ser premiadas o de ser ignoradas. Nos aburre la cultura, nos aburren sus polémicas. Creo que una de las grandes ventajas de que existan los premios, al igual que premios como el Oscar, el Goya, el Grammy, el Nobel, etc…, es que nos permiten hacer recorridos y hacer acopio de nuestra historia. No son historias oficiales, pero sí son narraciones, son perspectivas y son una forma de afirmar que nuestra historia cultural se ha orientado de una u otra manera. Querer callar u ocultar este tipo de perspectivas es querer ocultar del todo nuestras huellas, una especie de afirmación nihilista sobre nuestro propio legado: preferimos olvidar antes que elevar a alguien a un podio.
La incapacidad del costarricense de deleitarse en sus debates o encontrar la belleza en la polémica y en el intríngulis sobre qué es bello y qué no, qué es mejor y qué es peor, qué merece premiarse y qué no, lo veo como un desprecio al diálogo mismo, un desprecio al arte de pelearnos el terreno de lo que más importa. Esta noción de que a un autor solo se le pregunta sobre su quehacer y sus hechos biográficos, y de que la entrevista se haya vuelto el único periodismo cultural relevante, pero que no se lo cuestione sobre sus gustos o sobre su visión estética o ética del mundo, me parece también una pobreza de nuestra discusión pública. Leyendo las columnas de Beto Cañas en los sesentas y setentas me encuentro no solo anécdotas, sino también feroces debates, posiciones que yo mismo aborrezco, pero que respeto, porque Cañas sabía aprovechar el espacio para decir lo que le parecía importante. Y no solo eso, la ventaja de sumergirme en los diarios de esta época me permitió ver la riqueza de debate que se daba en sus páginas; cientos de artistas y escritores publicaban semanalmente acerca de cientos de asuntos, algunos de carácter pedagógico y otros de una amplitud filosófica envidiable. Lo que hoy nos recetan nuestros diarios en sus páginas (excepto el lúcido periodo que tuvo Áncora durante un par de décadas y que desgraciadamente sus dueños decidieron aniquilar) es menos que memorable y dudo que un coleccionista de datos y opiniones vaya a encontrar un gran panorama de nuestra esfera cultural en ellas.
Las revistas, impresas o digitales, y la web han cargado hoy en día con la responsabilidad de crear estas nuevas esferas de debate, pero creo que al indagar en las distintas páginas acerca de este premio y la gran cantidad de artistas que han sido reconocidos por este pero que luego son olvidados, el panorama es bastante “frío” por ponerlo de alguna manera. Es por eso que creo que es necesario hacer una recapitulación de nuestra historia a través de los premios, en especial el Aquileo; y comenzar por una lista de sus ganadores no hará menos que un favor a poder reconstruir un poco de su historia, entender un poco de las etapas y periodos en que han participado distintos artistas y la forma en que hemos ido mirando al arte durante cada década.
El premio cumplirá 60 años de creación en 2021, y creo que es un justo momento para empezar a hacer una mirada hacia atrás para poder siquiera entender a qué nos referimos con bicentenario o con patria. Dudo que sin una comprensión de quiénes son nuestros beneméritos y nuestros próceres, nuestros “mejores”, o nuestros “peores” también, podremos llegar a una comprensión clara de nuestra identidad.
La lista que presento a continuación es apenas un segmento de la lista total que debo terminar de acomodar y precisar. He creído necesario omitir algunas categorías de creación más reciente: como las de danza y artes audiovisuales, o el premio de teatro, que requiere aún una recopilación de datos más profunda. Por ahora me limitaré a publicar las categorías de las que tengo datos más fehacientes y completos y en las que quedan pocas lagunas por llenar. En el caso de los premios a las obras de artes visuales, o artes plásticas, debe notarse que no aparecen los títulos de todas las obras, pues en algunos casos no se especificó o el premio fue adjudicado con base en varias exposiciones o trabajos anuales del artista. También debe notarse que sólo a partir del año 2015 es que aplica la clasificación en las nuevas categorías de obras bidimensionales, tridimensionales y otras categorías, por lo que, antes de ese año, he especificado debajo de cada autor la disciplina artística por la que se asignó el premio.
Agradezco los distintos aportes y documentos que me han aportado amigos y conocidos para poder cerrar lagunas en la lista, y agradeceré cualquier aporte futuro. Asimismo, me disculpo por alguna omisión o error histórico que pueda haber cometido al publicar la lista, la dificultad de acceso a datos precisos inevitablemente dejará algunos vacíos y errores.
Espero que la siguiente información sea de ayuda para que la cobertura de este evento pueda tener mayor alcance y mayor interés acerca de los ganadores que aún viven, y de lo que puede implicar el premio para ayudar a trascender a otros personajes de nuestro país. Repito una de mis frases favoritas de la lista de Schindler y que me parece que evoca un poco el sentido de las recopilaciones que hacemos los seres humanos cuando fijamos nuestra historia en estelas, o en papiros, o en la web: «Esta lista es el bien absoluto. Esta lista es la vida. Más allá de sus márgenes se halla el abismo».