«Mire… esta lista es el bien absoluto. Esta lista es la vida. Más allá de sus márgenes se abre el abismo.”


Me había propuesto hace un par de años escribir un texto para celebrar el 25 aniversario de La lista de Schindler, la obra maestra de Steven Spielberg estrenada en diciembre de 1993 acerca del horror del holocausto y la transición del alemán Oskar Schindler de colaborador nazi a un colaborador para la humanidad. Pero la procrastinación me venció en esa ocasión, y creo que con buen motivo pues, más que abordar su maestría cinematográfica, ahora quisiera aprovechar este filme para referirme a otro tema del que siempre he sentido la necesidad de hablar: ¿Qué significan las listas?

He de mencionar que abordaré este tema con una perspectiva particular, más personal, pues las listas son para mí uno de los temas fundamentales de mi vida, y, asimismo, creo que es imposible separar “la lista” en La lista de Schindler, como uno de sus temas estructurales, así que vamos a ver cómo se va entretejiendo este asunto. 

Si quisiera entender qué es una lista, creo que escogería una escena del filme en cuestión, la segunda escena propiamente, posterior a la de la candela que se va disolviendo en la primera escena y que con ella disuelve el color de la película hacia el blanco y negro durante el resto del metraje. Al apagarse el humo de la candela esta se transforma súbitamente en una columna de humo de una locomotora que está arribando a una estación. Un hombre de negro aparece con un taburete, una pequeña mesa, tintero, almohadilla, sello, pluma y, por supuesto, papel. Una familia judía se acerca caminando con su equipaje hacia esta mesita. Lo que sucede a continuación es una de las maestrías de la narración de Spielberg. Lo que parece una simple escena ordinaria de registro se convierte en una escena de caos humanitario, la primera de muchas que conformarán este filme. Ahora observamos a numerosas familias que entre gritos y preguntas compiten en este desorden burocrático para decir sus nombres lo más claramente posible, y que son diligentemente tipeados en máquinas de escribir por nuevos hombres de negro. Vemos por primera vez a nazis que dirigen a las mujeres en la estación, y vemos en las hojas de las mesas la palabra (en alemán) “Liste”. 

La lista es una de esas invenciones humanas que comporta un carácter doble, ambiguo. La lista puede ser uno de esos triunfos culturales de la humanidad, como afirma Eco, uno de los primeros intentos del ser humano para asir un poco de la multiplicidad universal entre nuestras manos, o como diría Deleuze,  “un poco de orden para protegernos del caos”. Y sin duda las listas ordenan el mundo. Las listas podrían considerarse como la primera forma de experimento científico, la primera manera de medir el mundo. Una lista no necesita números siquiera para ser una lista, aunque sí se necesita de algo tangible, un soporte material. Esto sin duda separa el simple acto de contar del acto de enlistar. El que enlista necesita esa lista para algo, la “utiliza”, y necesita un dato. En La lista de Schindler observamos desde el comienzo cuál va a ser la función de estas listas: ordenar el caos humano que se les avecina al tener que disponer de las vidas de millones de judíos que el nazismo desea explotar y desaparecer. 

La lista es el fundamento central de la tecnocracia, el de llevar la vida humana a su reducción última, a su abstracción última, al conjunto de “datos” que nos componen. Y por supuesto podemos recordar los famosos números en los brazos de los judíos. Pero en la cinta de Spielberg el énfasis no está en la enumeración, sino en el enlistamiento, y hay una diferencia. Vemos el acto mismo de dictar nombres, de personas que transitan entre mesas y se enfrentan a hombres que preguntan y posteriormente clasifican y ordenan lo que ante ellos ven como la maraña humana. Entonces para los nazis la reducción no era solo en números, sino que en realidad el enlistamiento fue un proceso de lo más sofisticado, pues cada ser humano es portador de una multiplicidad de datos, de posibilidades materiales, intelectuales, corporales, militares, sexuales, etc… 

Creo que este es el núcleo que estructura a la película. El nazismo fue una máquina que perfeccionó el arte de ordenar y clasificar. Una escena ejemplar es en la que obligan a los judíos del gueto de Cracovia a ser clasificados según sus oficios o profesiones. Uno de los personajes, un joven, observa el mecanismo y comprende lo que está sucediendo. Los oficiales alemanes quieren escoger a aquellos judíos que tengan oficios “útiles”, manuales preferiblemente, mientras que las artes y las humanidades son desechadas. Así que lo que sucede en el camino a las mesas de registro es de lo más interesante: personas que empiezan a correr con sus papeles para falsificar sus profesiones, fotos, y hasta envejecer sus papeles con café para darles más credibilidad. 

La lista no era un instrumento para desechar vidas, también era un instrumento para seleccionar aquello que era más valioso para el nazismo, especialmente en cuanto a objetos y propiedades se refiere. Se habla poco de cuál pudo ser el desplazamiento de objetos y pertenencias de judíos a alemanes durante los 12 años del régimen nazi. En el filme observamos las montañas de joyas, ropa, fotos, reliquias, vajillas y hasta dientes que los alemanes se encargaron de extraer de cada judío que pasaba por sus registros. También, en una de esas escenas de humor negro con las que Spielberg observa estas ironías macabras de este periodo, vemos cómo una familia judía adinerada es sacada de su lujosa casa para ser llevados a un reducido cuarto del gueto, mientras que inmediatamente el protagonista, Schindler, se instala con comodidad en esta lujosa casa que ha pasado a ser suya en cuestión de unos segundos. Este es el factor tiempo de las listas. Las listas están en total consonancia con la “aceleración” que el fascismo siempre ha exaltado, el reducir los lentos tiempos de la vida humana, en procesos eficientes y brutales. 

Una de las escenas más esclarecedoras sobre esta naturaleza casi “sagrada” de las listas es cuando Schindler tiene que ir a rescatar a su asistente Itzhak Stern que fue arrestado por no llevar sus papeles consigo en uno de los tránsitos del gueto a la fábrica de utensilios metálicos de Schindler. Al enterarse, Schindler se apresura a llegar a la estación de trenes donde se están llevando a judíos para algún campo de concentración; ahí solicita a unos oficiales que le confirmen si Stern está en la lista, y ellos asienten. Schindler les exige su liberación pues se trata de un error, y los soldados responden: “es imposible, la lista nunca se equivoca”. 

Y no debe perderse de vista que la lista es algo que todos de alguna u otra manera comprenden, pues esto es precisamente lo que la película va revelando posteriormente: la conversión de Schindler de empresario exitoso a conspirador para salvar judíos va en consonancia con el cambio de sentido que sufre la lista. Existe entonces otra forma de entender la lista: la lista de la salvación, la lista que es inspirada por las ideas de liberación que los judíos vieron en las tablas de la ley de Moisés, y que en el filme se convierte en el clímax de la película. Schindler comprende hacia el final de la cinta que ninguna de sus artimañas para emplear judíos en su empresa va a salvarlos de la “solución final” que los nazis activaron cuando la guerra ya se veía perdida, por lo que decide que debe comprarlos a los altos mandos nazis encargados de dirigir los campos de trabajo. Este no es un problema para Schindler que con su fortuna acumulada logra ofrecer jugosos sobornos a todos los oficiales, sin embargo, en la mejor escena de la película se teje lo que verdaderamente importa: debe haber una lista, un registro oficial de quiénes son los individuos que van a ser salvados. No puede haber uno de más o uno menos; si no se está en la lista, no hay salvación. Si se está en la lista, alguien debe pagar el precio por esa vida. “Afuera de la lista yace el abismo”, afirma Stern. La lista es la vida

El título original de la biografía que inspira el filme es El arca de Schindler, que va más en consonancia con el trasfondo religioso que la población judía reconoció en los actos humanitarios de este alemán arrepentido. La frase que abre la película, “aquel que salva una vida, salva el mundo entero”, da a entender la dimensión humana que habita una lista, una lista es una selección, y para seleccionar se debe tener un nombre, una identidad que debe ser anotada, registrada. Esta idea no es ajena a otras religiones que ven incluso en la idea de la salvación una predestinación: que el nombre de uno esté anotado en los “libros” divinos, o que la vida de uno sea parte de los tantos “hilos” que las parcas controlan y de los hilos, de la urdimbre, viene la palabra “orden”. 

Entonces difiero con aquella afirmación que pretenda decir que la lista es solamente aquel instrumento “frío, metódico, técnico” diseñado para reducir la vida humana, y la inifnitud de fenómenos que la componen, a datos cuantificables. Esta es sin duda, uno de los riesgos de quién utiliza el ingenio humano para disminuir la existencia a un abstracto proceso mecánico. La lista también tiene esta posibilidad de ser un instrumento de selección o de aspiración para trascender. Trascender el horror de la vida, para que el nombre de uno no quede en el anonimato del caos humano, sino que su pronunciamiento y su letra tenga algún sentido. 

Schindler llora hacia el final del filme por no haber podido salvar aunque sea una vida más, no solo imagina el número, probablemente recuerda el nombre que pudo haber estado anotado. 

De este filme admiré siempre esa dimensión vital de las listas, de su naturaleza esquizoide, pues creo que ellas han estructurado buena parte de mi disfrute por la vida, o como diría Woody Allen en su propia lista, uno de los motivos por los que vale la pena vivir.

Las listas reducen cuantitativamente el mundo, pero lo amplifican cualitativamente. Por ejemplo, antes de ser un comprometido cinéfilo, el mundo de las películas me parecía un océano sin final, en el que una película de 1941 podía ser una entre miles de nombres que yo desconocía, y hasta una película de 1983 me sonaba lejana a mi inmediatez. ¿Qué es un año o una década? Todo eso cambió cuando mi obsesión por llevar listas de los filmes que veo me empezó a revelar no solo un orden, sino un sentido del avance, de las épocas, de los protagonistas que se sucedieron, y ahora el hecho de ver una película de 1941 o de 1983 tiene una gran diferencia. Cada año cuenta, cada película y cada nombre cuenta. 

La lista que tengo, es física, no es una abstracción, ni un gráfico, o un porcentaje. La lista exige ser recorrida para ser comprendida. De hecho, es posible comparar una lista con un mapa, con un intento de descripción del mundo que se trata de asemejar al mundo y lo revela de alguna manera en su ser real, aunque sin llegar a serlo por completo, por supuesto. La nubre gris que rodea la existencia y su misterio, siempre permanecen a su alrededor, como nos lo recuerda el famoso cuento de Borges “Del rigor en la ciencia”. 

Creo que toda persona debe afrontar ese caos durante su crecimiento. Enfrentarse a los cientos de datos y fenómenos que embellecen el mundo, pero que de alguna manera también nos abruman. La vida se compone de esas clasificaciones. Algunos se sorprenden cuando empiezan a enlistas los nombres de sus familiares y ancestros, y comienzan a ordenar lo que antes parecía un embrollo sin remedio. El pasado se abre cuando se conocen los nombres de los hermanos, tíos y abuelos de nuestros abuelos. Y descubrimos que la lista siempre tiene más y más nombres que esperan entrar en la lista, que esperan ser “salvados” del abismo del olvido. 

A veces siento esa nostalgia histórica por comprender los hilos que nos llevan a la nube gris más grande, la más periférica y que no hemos logrado cruzar aún: la de los orígenes de la humanidad. Esa vida que hemos llegado a conocer por huesos y residuos materiales en fogatas, en cavernas y entre el lodo de ríos y pantanos; todas son huellas que sabemos que pertenencen a alguna lista, a algún ordenamiento que está perdido entre la maraña de hilos rotos que flotan por doquier. Hay un ejército de hombres, científicos, que han dedicado su vida a encender y atar los hilos de esas listas, construyendo tablas y armando los recorridos gráficos que hacen que veamos con mayor pequeñez los pequeños eventos que nos han sucedido en cinco mil años de historia documentada. La aspiración enciclopédica de la ilustración comenzó a darle un sentido a esta afición que podría parecer una obsesión fría por los datos duros y los rankings. 

No faltan las voces que se oponen a que el misterio del mundo y la vida sea dejado en paz, y que a fin de cuentas la vida no es nada sin la comprensión de la nube gris que nos rodea, y no podría estar más de acuerdo. Ciertamente hay un diálogo, una dinámica entre ambas fuerzas, y hay una que es claramente más fundamental, la de la oscuridad y vaguedad que se resiste al orden. Los cientos de nombres de seres vivos que es imposible conocer, o las vidas de ciudadanos que quedaron fuera de las listas y estelas de grandes reyes de la antigüedad serán solo una posibilidad para la imaginación. La lista siempre implica un tipo de sacrificio, es un ritual que paga su armonía interna con el silencio abrupto de su periferia, de sus márgenes. 

La salvación, como se ve en La lista de Schindler, no es una simple alegría jovial, es un recuerdo también, los elegidos a ascender a la vida eterna están ahí por sacrificio y horror, pues cada uno de los que fue olvidado vale el universo entero, y creo que por eso esta película refleja algo más que un simple horror histórico, sino que Spielberg logra plasmar una preocupación humana universal. Una escena cerca del final muestra a Amon Goeth, cerrando el campo de trabajo de Plaszow en la que anuncia que los 800 años de historia judía en esa ciudad pasarán al olvido. “Nunca sucedieron”, afirma. 

Y esa es la forma en que las listas son para algunas ideologías lo opuesto a esta dialéctica, solamente una confirmación del orden que sus listas les auguran. Sus listas excluyen y cierran el mundo. El que no está en la lista debe desaparecer para no entorpecer la narración que se desea imponerse

Esa es la forma en que hoy en día las listas se utilizan para reducir a la humanidad al número y a la estadística, a dictar que la vida humana que no encaje en esos datos probablemente no exista o no deba ser tomada en cuenta, y ciertamente esta manera de enlistar difiere de las aficiones de escritores, cartógrafos, paleontólogos o historiadores que ven en las listas la posibilidad de seguir abriendo trecho en el bosque oscuro de la humanidad para acercarlo a la luz. Pero también en las listas cotidianas de contadores, de secretarios, de choferes o de personas que hacen sus listas de compras están de alguna manera abriendo sus pequeños “claros” en el desorden vital. 

Creo que personalmente La lista de Schindler encabeza mi ranking de películas favoritas por esto: no solo por ser una obra cinematográfica sin parangón, sino que además es la encarnación misma de lo que ella lidera: la representación de que la vida puede enlistarse para celebrarla, no para reducirla, y que la lista es el inicio de toda narración y de toda historia. 

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